Viernes, 22 de Noviembre 2024

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El debate perdido

Por: Armando González Escoto

El debate perdido

El debate perdido

En un debate público el tercer actor es el espectador, el segundo los intermediarios de cualquier tipo, y el primero los propios debatientes. Los intermediarios son tanto técnicos como humanos, y éstos tienen el riesgo de inducir, alterar o aún manipular la actuación de los candidatos por medio de sus comentarios, pues acaban haciendo el papel de los voceros: “lo que el candidato quiso decir…”.

Ha sido regla común en México y en todas partes, que el candidato que cree que va perdiendo se torne agresivo y difamador, el que cree que no va a ganar adquiera una actitud ecuánime y reposada, y el candidato que cree que va a ganar se medio mate por sostener una actitud estoica, en el mejor de los casos, ¿para qué despeinarse?

No podemos imaginar la altísima tensión que experimentan los candidatos al participar en un debate, no obstante, el tiempo invertido en preparar y cuidar cada detalle, pues una mínima distracción, una momentánea pérdida del control, un gesto simple, un viraje de la mirada, una frase soltada por descuido, puede tener un alcance fenomenal así sea sólo mediático.

La importancia del tercer actor depende mucho del país en que se produzca el debate, tanto en número como en calidad. En México, el primer debate del presente proceso electoral fue presenciado por aproximadamente 13 millones de personas, de los casi 100 millones que conforman el actual padrón electoral, justo diríamos el 13 por ciento de los votantes, en lo que mira a los números. La calidad del espectador la podemos definir de cero a diez, estando en cero aquellas personas que no disponen de ninguna información objetiva y verificable que les ayude a valorar, analizar y discernir lo que oyen en un debate. A partir de ahí se irá subiendo en la escala, pero sin olvidar un elemento que en nuestro país es clave: la pasionalidad.

En efecto, la pasionalidad mexicana tiene el poder inaudito de transfigurar todas las cosas, ver blanco lo negro y negro lo blanco sin el menor asomo de duda. Esta pasionalidad que odia o adora sin grado ni condición polariza las opiniones y hace trizas la objetividad, de ahí que haya en nuestro medio personas para las cuales el actual gobierno federal es lo peor de lo peor, y otras que lo consideren lo mejor que le ha pasado a México en toda su historia.

Cabría no obstante preguntarse ¿cuál es el perfil de las personas que sí ven un debate presidencial, sean o no pasionales, informadas o no informadas? Y según ese perfil ¿las candidatas y el candidato hablaron realmente a sus bases? Parecería en principio que la candidata de Morena habló y actuó para las bases de Xóchitl, mientras que ésta habló para las bases que se le atribuyen a Morena, pero ¿de qué partido habría más espectadores?, ¿y de qué niveles de ejercicio crítico?

Del modo que sea el debate sigue perdido, evadiendo de manera sinuosa y, por lo mismo, muy difícil, las grandes propuestas frente a los graves problemas que enfrenta el país, acompañadas de la serie de recursos realistas para llevarlas a cabo. A nivel general las campañas en todas partes y por todo tipo de aspirantes se han convertido en una especie de venta de cochera o de subasta, de ver qué candidato dará más, o cobrará menos, en una de esas habrá pensión universal a partir de los cincuenta años y condonación total de impuestos.
 

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