El viernes unos motoladrones despojaron de un millón de pesos a un cuentahabiente que retiró el dinero de una sucursal en Periférico Sur y Colón, en Tlaquepaque. Dos horas después, en La Estancia, en Zapopan, le robaron 1.3 millones de pesos a una víctima en un cajero de Patria y Chopin. Me puse a revisar el tema y encontré un dato que me dejó boquiabierto. Incluso estuve a punto de cambiar el enfoque de esta columna para escribir una “Oda al buen gobierno”. La Plataforma de Seguridad estatal indica que en 2018 hubo 852 asaltos conejeros en el Área Metropolitana de Guadalajara; por el contrario, el año pasado se registraron 236. Eso sólo significa una cosa: este ilícito se ha reducido un 72% en este sexenio. Vamos por partes. El delito de robo a cuentahabientes es un buen ejemplo para problematizar lo que, a falta de un nombre, bautizaré como “cifrismo” delictivo (también pensé en “cifroterismo”, “cifritis”, “datitis” y otros menos imaginativos). Con este término me refiero a la excesiva importancia, reduccionista y parcial, que el Gobierno y los medios damos al subibaja de la incidencia delictiva. Muchos factores hacen “desconfiables” las cifras, no porque sean deliberadamente falsas, sino porque ofrecen una fotografía incompleta del fenómeno delictivo. Señalo sólo dos aspectos que impactan esa estadística: la mayor o menor cultura de la denuncia y la clasificación del delito por parte de la autoridad. Los llamados “robos conejeros” son un ejemplo de la impertinencia de contarnos cuentos sólo contando cifras. La reducción espectacular de la incidencia omite una variable fundamental: los montos. ¿Dan lo mismo diez asaltos a cuentahabientes por montos inferiores a diez mil pesos que un robo cuyo botín supera un millón de pesos? Por ejemplo, el año pasado se registraron 108 asaltos conejeros en donde el botín superó los 100 mil pesos, según datos que me proporcionó la Fiscalía del Estado vía transparencia (dos fueron por más de un millón). Bajo esa lógica, este año empezamos mal en la comisión de este ilícito porque ya robaron 2.3 millones a un par de víctimas. Remarco que en este reduccionismo “cifrista” hay mucha responsabilidad de nosotros los medios. El debate público siempre se ha obsesionado con el alza o la baja de la incidencia delictiva. Ese discurso sólo denota nuestra incapacidad, como sociedad y Gobierno, para analizar la delincuencia en una época más compleja. Equivale a tener un déficit en el gasto familiar y responsabilizar sólo a un integrante cuando el gasto es compartido y multifactorial. La delincuencia no es un problema lineal ni obedece a una aritmética básica de sumas y restas. Seguimos abordando el fenómeno delincuencial como un asunto administrativo que se combate en la estadística y no en la realidad. En este ejemplo que comparto, si carecemos de certezas sobre el modus operandi, la complicidad de empleados bancarios y el tamaño de los botines, sólo seguiremos contando cifras para contarnos cuentos de que la incidencia delictiva va muy bien. jonathan.lomelí@informador.com.mx