Se le ve agazapado como un mal bicho: es un auto en el interior de lo que fuera uno de los cines más simpáticos de la ciudad: el Reforma. La imagen es la traducción precisa de cómo el exceso y el abuso del coche como vehículo de transporte ha carcomido las estructuras urbanas por un lado, y por el otro generado monstruosas excrecencias de concreto que están ahora regadas por toda la ciudad y han costado decenas de miles de millones de pesos de todos.Suena descarnado, pero así es. Por 30% de la gente que posee y usa indiscriminadamente el automóvil particular 100% ha tenido que pagar esos excesos. Con esos miles de millones de pesos tendríamos ahora tres o cuatro líneas más de tren ligero, 10 de Macrobús, kilómetros de ciclovías. ¿Quién es el culpable? El abismalmente estólido principio de que el coche debe y puede ser el rey de la ciudad. El sistema económico que impulsa ciegamente la industria automotriz y la quema de combustibles fósiles como una de las bases de la economía. La clase política de la que lo menos que se puede resaltar es su miopía y a lo mejor su corrupción.El caso es que la ciudad se fue desde 1948 por el resbaladero del sinsentido, en pos de un modelo urbano que intentaba ser una especie de Los Ángeles en el Valle de Atemajac. Todo muy de petatito, a parches y retazos. Si en la citada ciudad californiana tienen años proclamando el fracaso de su modelo, provisto de miles de millones de dólares, habrá que entender qué sucedió aquí. Vaya, hasta los pasos elevados peatonales son ya enérgicamente desautorizados por los mejores expertos en la movilidad. Y han costado un dineral, a costillas del esfuerzo injusto de todos sus usuarios que tienen que subir y bajar seis metros para cruzar una calle, en perfecta pleitesía al ídolo rodante y apestoso que se convirtió en el centro de las vidas de tanta gente.La evolución no se detendrá. En 30 años estas generaciones serán medidas con irónica curiosidad por los futuros estudiosos de los temas sociales y urbanos. El transporte individual en auto de combustión interna será visto como una costosísima y muy dañina extravagancia, estirada a límites increíbles por una maraña de intereses económicos y políticos. Una extravagancia que costó, para hablar de Guadalajara, cosas como las siguientes: la radical desfiguración de su centro y la pérdida de numerosos patrimonios, la insoportable contaminación en que la población se ha venido ahogando y enfermando por décadas, la dispersión de la ciudad con toda su cauda de extraordinarios costos humanos y ecológicos, las miles de vidas perdidas en accidentes de tránsito… Bravo.Volvamos al cine Reforma. Debió haber datado de los primeros años cuarenta y su constructor es desconocido. El estilo era un sobrio y elegante Art Déco: quedan algunas rejas en los muros perimetrales que son testigos. Era famoso por sus matinés infantiles. Luego, la codicia entró al quite: se volvió al cine (¿mediados de los ochenta?) un horroroso pastel con aires disneylandescos, seguro para subrayar su “vocación” infantil. Luego, el desastre de las salas de cine sucedió. En vez de que la UdeG lo adquiriera para hacer un foro alterno, fue demolido y convertido en un estacionamiento de piso.En la séptima década del siglo pasado fue rodada en ese contexto una película sobre Eva Perón. El marco formado por la Escuela de Música (demolida), el Reforma (demolido), el edificio de la esquina surponiente de Pedro Moreno y Escorza (demolido), junto con las demás arquitecturas (desfiguradas) bien tenía la prestancia de, por lo menos, Buenos Aires. Ahora queda un coche agazapado en el lote baldío. Pero está acorralado por la historia.jpalomar@informador.com.mx