“El arte de la guerra” es un clásico chino anterior a la era cristiana, al cual las potencias occidentales siguen añadiendo capítulos cada vez más sucios y degradantes.Líderes de estas novedades han sido desde el siglo XVII Inglaterra y después Estados Unidos. A partir del discutible principio de que la riqueza es un signo de salvación y de que el fin justifica los medios, estas naciones han provocado verdaderos genocidios en todo el planeta. Uno de sus objetivos históricos fue el admirable imperio chino, al que Inglaterra pretendió invadir y destruir ya desde mediados del siglo XVIII, sin éxito hasta las criminales guerras del opio, un siglo después.Herido el león de oriente otras potencias europeas, junto con Estados Unidos y Japón se lanzaron como hienas sobre sus despojos. Japón invadió China en 1934 estableciendo un imperio títere en la región de Manchuria, desde donde pretendió hacerse con todo el territorio. Pero ya desde 1911 el camino favorecido por las potencias occidentales fue promover la Guerra Civil por la cual la sociedad china se dividió y se enfrentó por varias décadas. Al terminar la Segunda Guerra Mundial, las ruinas de China reclamaban un salvador, tarea para la cual Estados Unidos se venía preparando desde hacía tiempo, a cambio de lo cual, la nación “salvada” quedaría sometida a su liberador, como sucede hasta la fecha con los países de América Latina. Pero intervino un factor subestimado, se llamaba Mao.Al margen de su ideología y de sus conocidos errores como líder, Mao fue extremadamente hábil para arrebatar a su país de las garras occidentales, valiéndose del apoyo de la Unión Soviética, sin por ello convertirse en su satélite. Su primer ministro, Zhou Enlai, puso la plataforma que permitió a Deng Xiaoping, hacer de China nuevamente una potencia mundial, en esta tarea tuvo el trascendental apoyo del estratega de las finanzas, Xi Zhongxun, padre del actual presidente, para abrir el país a la inversión extranjera no como quien depende de otros, sino en igualdad de condiciones.El éxito económico de China y su progreso interior en todos los órdenes le puso a la altura de Estados Unidos, algo que el actual presidente Trump no ha podido sufrir, así que se ha dedicado a seguir abonando capítulos aún más perversos a la historia bélica de su país.Aparte de la ya larga serie de contradicciones, bravuconadas, rupturas unilaterales, acusaciones torpes, golpes bajos y zancadillas, la CIA ha tenido la oportunidad de alentar sublevaciones en la región occidental de Xinjiang, de mayoría musulmana, como lo había venido haciendo desde hace años en la del Tíbet, para luego centrarse en la de Hong Kong. Últimamente se ha valido de la India, aliado sumiso de Estados Unidos, para generar conflictos en la frontera con China, y aún de Japón, con quien subsisten diferendos territoriales.Es entonces de lo más extraño que Trump culpe al Pentágono de promover guerras para vender armas, cuando que su misma política, desplegada a la vista de todo el planeta, muestra lo poco que le importa la paz, si a cambio de ello Estados Unidos “vuelve a ser grande”.armando.gon@univa.mx