Viernes, 22 de Noviembre 2024

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El absurdo embotellado

Por: Diego Petersen

El absurdo embotellado

El absurdo embotellado

Después de la orinoterapia, lo más absurdo que hemos inventado en esta generación es el agua embotellada. Es el mejor ejemplo de cómo el mercado puede multiplicar a la N el precio de un producto con solo manipular miedos y explotar el deseo de diferenciación. Un estudio de Daniel Rocha, investigador del Programa de Manejo, Uso y Reúso el Agua (PUMAGUA) de la UNAM, estima que los mexicanos gastamos 145 mil millones de pesos al año en agua embotellada, 10% de ello en la Ciudad de México. Si extrapolamos esas cifras podemos estimar que los tapatíos gastamos al año 1,300 millones de pesos en agua embotellada, una tercera parte de los ingresos del SIAPA y otros organismos operadores de agua potable en la ciudad.

La pregunta clave es qué hace que una persona en su sano juicio esté dispuesta a pagar 500 veces más por un litro de agua embotellada que lo que paga al servicio operador de la ciudad o hasta mil veces si lo compramos en un restaurante. Los mercadólogos dirán que lo que paga el consumidor es disponibilidad, servicio, la dosis adecuada, la temperatura deseada, pero sobre todo la confianza en que el agua que toma es realmente potable mientras que existe una gran duda sobre la calidad del agua de los organismos operadores. Suponiendo que todo eso es verdad (que no lo es) la pregunta sigue siendo válida; ¿De verdad estamos dispuestos a pagar 500 o mil veces el valor de un producto?

En los años noventa se nos ocurrió hacer un muestreo de aguas de garrafón. El resultado fue por demás interesante. Solo una marca, en aquel momento la más cara, cumplía con la norma para agua embotellada, el resto tenía la misma calidad que el agua de la red pública y una incluso por debajo, pues pudimos establecer que era agua de pozo “filtrada” con una media de nylon.

El absurdo se incrementa cuando le sumamos la contaminación por plásticos que genera la industria del agua embotellada que atenta, paradójicamente, contra las fuentes de agua de las que vive la industria

Apostaría a que, si hacemos el experimento nuevamente, 20 años después, el resultado será muy similar. El absurdo se incrementa cuando le sumamos la contaminación por plásticos que genera la industria del agua embotellada que atenta, paradójicamente, contra las fuentes de agua de las que vive la industria.

La cifra de los 1,300 millones de pesos que gastamos los tapatíos en botellitas nos da una idea de cuánto estamos dispuestos a pagar por el servicio de agua. Igual que como sucede con temas como el de seguridad, el del agua demuestra que la forma más eficiente e inteligente es solucionar el problema todos juntos y no de manera individual. Si todos aportáramos una tercera parte de lo que gastamos en agua embotellada en cinco años tendríamos agua segura en todas las casas, con la suficiente presión para evitar cisternas (aljibes, decimos los tapatíos) y tinacos, que es donde se contamina el agua.

Un cambio de ese tamaño requiere por supuesto de un Estado fuerte y creíble que lidere las políticas públicas necesarias, pero en tanto logramos eso, que no está nada fácil, comencemos por evitar las botellitas en las oficinas, en la casa y no aceptemos que un restaurante nos quiera vender agua.

(diego.petersen@informador.com.mx)

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