Asistimos estos días a la expresión más recalcitrante de la decisión presidencial de presuntamente favorecer al sur del país.Andrés Manuel López Obrador está empeñado en que el sur del país le recuerde como su gran benefactor. Esa es su gran ilusión, más con el tiempo podría convertirse en su peor pesadilla.Varias de las principales obras de infraestructura del sexenio, e incluso de sus políticas, están pensadas (es un decir) para favorecer al sur de México.La refinería Dos Bocas en Tabasco, los caminos en Oaxaca, la atención prioritaria a Guerrero y, por supuesto, el tren Maya son proyectos prioritarios del lopezobradorismo.En la cabeza de López Obrador, la industria del norte tiene que suspender actividades y darle agua a los pobladores. En cambio, en el sur es el gobierno, su gobierno, el que tiene que hacerse cargo de la generación de empleos y de la satisfacción de las necesidades de la población.Que ello sea un afán presidencial no quiere decir que el plan sexenal sea óptimo o que al final de cuentas vaya realmente a cambiar la realidad de los estados del sur.La refinería Olmeca tardará en entrar en funciones, cuando lo haga muchos de los empleos temporales que se requirieron para edificarla serán historia, y contra sus eventuales beneficios habrá que descontar los costos excesivos, o al menos no previstos en el plan original, de un proyecto como ese.Y lo mismo podemos decir desde ahora del tren Maya, que según información del fin de semana de Reforma ha aumentado considerablemente sus costos al menos en el tramo 5. Y el erario destinado a la construcción de esa emproblemada obra podría ser poco con respecto a lo que costaría operarla ya inaugurada.Pero el Gobierno de Andrés Manuel está dispuesto a eso y a más con tal de cerrar el sexenio con sus trenes casi dando la vuelta a la península de Yucatán, con tal de decir que por primera vez se hizo una refinería en décadas, que se conectó sistemáticamente al Pacífico con el Golfo, que el sur sí importó.Es un acto de fe. Yo les daré a varios estados del sur un sentido de orgullo que no habían tenido en la historia y esas entidades nunca olvidarán que fui yo el que puso los ojos en una tierra olvidada –salvo para el saqueo de recursos– por las otras administraciones.Ese símbolo es más poderoso que todos los cálculos financieros de esos proyectos, que con el correr del tiempo sólo han ido acumulando costos y dudas.La lógica de Andrés Manuel es que si tantos otros presidentes y gobernadores han abusado del sur, él en cambio –con beatíficas intenciones— puede reivindicar para estos estados la canchera justicia del “ya les tocaba”.Por ello no hay costo económico o recurso legal que no pueda burlar si de imponer su agenda sureña se trata. El tren va porque va, es de “seguridad nacional” porque es su herencia.Por desgracia no es remoto el escenario en el que AMLO, y más los contribuyentes, descubran que esas supuestas buenas intenciones gubernamentales derivaron en elefantes blancos, fiascos monumentales que por su cara inoperancia la gente, del poder y de abajo, decidirá que es tiempo de olvidar, olvidar que fueron grandes ilusiones porque para entonces serían sólo un gran despilfarro.Si eso ocurriera, Andrés Manuel dirá que se impuso la agenda de sus adversarios, pero que nadie intentó tanto por el sur como él. Así haya sido sin escuchar a las comunidades y a quienes básicamente pedían hacer bien las cosas. Habrá defraudado al sur, como tantos otros presidentes antes que él. Salvador Camarenasal.camarena.r@gmail.com