La política convertida en un espectáculo determinado por la mercadotecnia se infla como burbuja en algunas democracias. Los protagonistas de la política se asumen como estrellas de la comunicación expuestas en vitrinas espectaculares; enfocan su actuación a transformar la percepción dejando la realidad de lado. Son, entonces, secundarios los principios, los ideales o incluso los valores esenciales con tal de ganar o conservar el poder.La venta de la imagen pública como el símbolo de un sentimiento compartido es el objetivo de enormes maquinarias de comunicación masiva. El vacío de ideas, proyectos u objetivos específicos da paso a la introducción de sentimientos, divisiones y exclusiones que polarizan. Saben bien que pertenecer a un partido, simpatizar, votar son hechos individuales cada vez más relativos, transitorios, circunstanciales, hechos líquidos como diría Bauman.La burbuja nacionalista de Trump es un caso que merece atención y cuidado. El fenómeno político de su ascenso al poder y su afán de continuar en él se pueden explicar a partir de los modelos de comunicación, de los contenidos superficiales y la empatía con el mercado electoral. Pero hay en el fondo una enorme frustración de las comunidades que están abriendo las compuertas para desahogar un torrente acumulado de insatisfacción que no es producto de los modelos políticos, sino del crecimiento desorbitado de los modelos de consumo que convierten a las mercancías en deseos y a los servicios en pasiones.Ese hecho ha creado una clase media sometida a la ilusión material que ahora se expresa inconforme. Esa frustración es más notoria en los segmentos sociales que han perdido posición como los desplazados de la industria, pero también lo hay en las minorías raciales y en sectores ideológicos, en los evangélicos y otros colectivos que consideran que vivimos en una suerte de decadencia, en la cual la referencia al pasado es una referencia necesaria. El volver al pasado está detrás del America First, como a la imagen de volver a pisar la luna o en el orgullo militar de una fuerza expansiva en el mundo entero.Vienen estas reflexiones al caso luego de ver los festejos del 4 de julio en donde apareció el presidente en una fiesta militar encerrado en una vitrina hablando de retomar el camino del imperialismo.El espectáculo de gobernar tiene dos caras: la operación escenográfica para moldear la percepción y ganar elecciones y, por la otra, el desempeño de un modelo que pretende imponer en el mundo nuevas reglas en las relaciones con Estados Unidos.El POPulismo de las pantallas impulsado por la administración ha golpeado con fuerza a México desde la campaña electoral anterior. El riesgo de ser parte del espectáculo electoral no es controlable de parte nuestra, lo que sí es posible es contar con una narrativa dirigida a la parte más sensible, liberal y educada de la sociedad estadounidense.El nuevo POPulismo es expresión de una minoría de la población de aquella nación con la que nos unen una enorme cantidad de lazos en comunidades y negocios; hay que seguir hablando con la mayoría. Ese hecho constituye el verdadero antídoto contra la demagogia que nos sataniza.Nos guste o no, estamos en medio de la narrativa de la campaña electoral de Trump y nos prudente asumir una posición oficial en contra de su campaña o de su país. Sin embargo, activar la red de comunicación con los factores de poder más afines a México es la clave para poner una válvula mexicana al inflado de la burbuja del POPulismo de Donald.