Sábado, 30 de Noviembre 2024

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Educar en el amor y la sabiduría

Por: Guillermo Dellamary

Educar en el amor y la sabiduría

Educar en el amor y la sabiduría

El empeño por hacer el bien a los hijos es un imperativo obligado porque de lo contrario tendremos el surgimiento de la otra cara, la maldad, el resentimiento y en fin el odio.

“La historia es un complejo de orden, de desorden y de organización. Obedece a determinismos y azares donde s

urgen sin cesar el < >. Tiene siempre dos caras opuestas: civilización y barbarie, creación y destrucción, génesis y muerte...” nos dice E. Morin.

La dualidad es nuestra compañera ineludible, lo que siembras, cosechas. Al mismo tiempo que hay luz existe la oscuridad, cuando hay amor, asoma su rostro el odio, cuando hay generosidad, se puede entrever el egoísmo.

La línea que divide entre las dos caras es muy tenue y de frágil ruptura, se puede creer que al educar a los hijos se está labrando un camino de felicidad y en realidad se edifica una caverna de frustración y fracaso.

Una madre, al amar a un hijo y formar su carácter y hábitos, también debe de tomar en cuenta que cualquier desliz puede ocasionar lo contrario, es decir la aparición del temor y el abandono, lo que regularmente conlleva a que surja el reclamo y con ello el apego y la dependencia, que a su vez puede conducir a perder la cabeza y entrar en la locura de la violencia.

Nos dice Karen Horney, en su trabajo sobre la psicología femenina, que: “Los hombres no se han cansado nunca de idear expresiones de la fuerza violenta que atrae al hombre hacia la mujer, y, juntamente con este anhelo, del miedo a que ella le arrastre a la muerte y la perdición”.    De aquí la idea de que las mujeres pueden ser siempre las culpables de todo lo malo que le pasa al hombre, y por ello desquitarse con la que se señale como responsable de los sufrimientos.

El miedo a las mujeres puede desembocar en el deseo de evitar y escaparse del órgano genital femenino o de negar su existencia misma. Y cuando no se le puede subyugar o dominar, entonces se recurre a la violación y al sometimiento.

De aquí que existe el matricidio, cuando un hijo asesina a su madre. Que, aunque no son muchos los casos, sí estremecen y escandalizan. Según las investigaciones de Kathleen Heide una de las causas es por haber sido gravemente maltratado física y emocionalmente, y recurren al homicidio para terminar con el abuso. Un hijo mentalmente enfermo, por lo regular con esquizofrenia también puede recurrir a terminar con la vida de su madre. Y también el hijo egoísta y ambicioso, que con tal de quedarse con la herencia de la madre, es capaz de quitarle la vida.

Una estructura social y familiar dañada, facilita que tanto el “amor” de la madre a los hijos sea disfuncional, como la respuesta de ellos a su madre y en consecuencia se traslade a otras mujeres.

Cuanto más deseamos disminuir la violencia, debemos de incitar una mejor educación empezando por el hogar y mejorando todo tipo de relación pedagógica en las escuelas. Vale la pena repensar el tan utilizado recurso del castigo y la represión, como una manera de corregir el comportamiento, si es que queremos disminuir el enojo y la ira en el carácter de las nuevas generaciones.

Educar con amor es apaciguar el magma de las emociones destructivas del hombre y lograr que no exista una erupción incontrolable e inesperada de ellas. 
 

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