Lo que hizo Marcelo Ebrard es una jugada maestra. En el tablero del ajedrez político, el ex canciller de Andrés Manuel López Obrador pone contra la pared a Morena y a Claudia Sheinbaum… sin romper ni con el partido, ni con el Presidente, ni con la ungida que ya fue nombrada virtual candidata a la Presidencia. Eso sí, deja abierta la puerta a abandonar Morena, pero no como un derrotado ingenuo, sino con la justificación de que no puede seguir las reglas de un juego tramposo que combatieron por años él y el mismo López Obrador.Durante las últimas semanas, Ebrard Casaubón ha sido sujeto de las presiones no de la opinión pública, sino de los colaboradores que lo hicieron fuerte en todo el país. No sólo los aliados políticos que entregaron su tiempo y sus equipos para promover su causa, también de muchos empresarios que han visto en él al hombre idóneo para la sucesión de López Obrador, por su perfil técnico, moderado e ideal para dejar atrás la crisis política que supuso la llamada Cuarta Transformación, y encaminarse a un aventajado Siglo XXI en el que nuestro país está perdiendo valiosas oportunidades de incorporarse a la agenda global en materia económica, de desarrollo social, avances tecnológicos y visión de inserción en las dinámicas internacionales.Para muchos hombres de empresa y del sector intelectual, Marcelo Ebrard es justo el individuo que dentro de la 4T podía superar el bache que ha significado la visión de López Obrador: polarizador social; promotor de una visión de mediados del siglo pasado; político empecinado en temas relacionados con lucha de clases y preservador del poder.No fue gratuito ni ocurrente el discurso de Marcelo Ebrard cuando poco antes de concluir el periodo de recorrido de las “corcholatas” por el país, propuso que la contienda morenista tenía dos actores: Claudia Sheinbaum y él, pero mientras ella significaba la permanencia, su propuesta era pasar “al siguiente nivel”.Para algunos sectores estratégicos en el ámbito económico y tecnológico, fue imperativo el Plan Ángel, que incorpora la Inteligencia Artificial y el uso de la tecnología de punta en el combate a la violencia, la inseguridad y la impunidad.Sólo Marcelo Ebrard representó una oportunidad para dar cabida a esos avances, en el marco de un proyecto político autoritario y regresivo como lo ha sido el de López Obrador.Pero el sector más duro de Morena ya tenía la ruta decidida: es con Claudia Sheinbaum. La lucha entre los grupos internos en el partido gobernante no se desarrolló sólo durante el periodo de contienda de los aspirantes. Había comenzado desde el primer día de Gobierno de López Obrador.Derrotado, vejado y obligado a ser visto como un ingenuo, Marcelo Ebrard gestó la respuesta: exige que se reponga todo el proceso porque las pruebas de que hubo acarreos, uso de recursos públicos e influencia de gobernadores, acaldes y poderosos de Morena (al más puro estilo del PRI dinosáurico) son evidentes. Si lo admiten, se compite otra vez. Si no lo aceptan, se va un partido político que se presume “transformador” pero que en realidad es sólo una repetición del PRI que tanto repudia.El mensaje, obvio, alcanza a López Obrador. Por más que el Presidente esté en la burbuja dorada de Palacio Nacional, tuvo que darse cuenta y permitir que todas las trampas sucedieran. Pero Ebrard le anuncia su “gran cariño” y le recuerda que es su más fiel aliado político. Las pruebas sobran y son históricas.Hay fecha terminal para que Morena y el Presidente resuelvan qué hacer con Ebrard y con su condición: los primeros días de octubre.¿Lo esperarán hasta entonces en Movimiento Ciudadano? ¿Aprovechará Xóchitl Gálvez la oportunidad de convertirse en la sustituta de Ebrard? Los días pasan.jonasn80@gmail.com / @JonasJAL