Vivimos en un mundo supra informado, sin embargo, en los medios de comunicación, tanto impresos como electrónicos, cuesta trabajo encontrar noticias alentadoras que muevan al optimismo y a reconciliarse con la esperanza. Atrapados por el alud de información tóxica -mucha de ella manipulada- que va desde lo insubstancial a lo grotesco, hoy damos cuenta de dos buenas nuevas.Primera, el pasado martes 13, el Instituto Nacional Electoral (INE) confirmó la resolución de negar el registro a Félix Salgado Macedonio como candidato al gobierno de Guerrero por no cumplir con la ley; decisión que desató la furia de López Obrador, quien, como es de conocimiento cierto, no ha tenido empacho en impulsar a su compadre, presionando y amedrentando a las autoridades que conducen los procesos electorales. Bien por los consejeros del Instituto Nacional Electoral, que no se dejaron intimidar a pesar de las amenazas contra sus vidas. Falta aún que el Tribunal Electoral reafirme esta decisión; esperemos que esté a la altura de un México que aspira a establecer la democracia como sistema de vida y de gobierno.La segunda buena noticia es que el presidente Biden convocó, los días 22 y 23 de abril, a una cumbre contra el cambio climático. El hecho es muy importante porque significa volver a la racionalidad -perdida con Trump- sobre el cuidado de nuestra casa común. 40 líderes mundiales se reunirán, virtualmente, en el marco del Acuerdo Climático de París para escuchar, del presidente norteamericano, una serie de planteamientos relativos a este grave problema que, después del COVID-19, es la mayor amenaza de la humanidad. El objetivo es que las naciones formulen sus compromisos para controlar las emisiones de gases de efecto invernadero procedentes de la quema de combustibles fósiles: debemos reducir 2 °C en los próximos años para conservar el equilibrio térmico que nuestro planeta requiere, pues es sabido que los polos han perdido enormes volúmenes de hielo que ayudaban al control de la temperatura y a la preservación de los ecosistemas.Adicionalmente, miles de kilómetros de bosques y selvas han sido deforestados, dígalo si no, la depredación de la Amazonia. Los océanos se han convertido en basureros públicos en los que se arrojan, desde plásticos no biodegradables, hasta material radioactivo. No necesitamos ir muy lejos para percatarnos del desastre que estamos propiciando: basta con darse una vuelta al Río Santiago, desde Juanacatlán y El Salto, hasta San Cristóbal de la Barranca, para testimoniar el nivel de agresión hacia nuestros acuíferos. Y, ¿qué decir de la contaminación atmosférica derivada de los incendios provocados año tras año en el bosque de la Primavera? Al respecto, los más serios filósofos, antropólogos, sociólogos, cineastas, líderes sociales y políticos han advertido hasta la saciedad que, de no tomarse medidas drásticas, en breve estaremos relatando el ocaso de nuestra civilización. Debemos cobrar conciencia: estamos destruyendo nuestro hogar. Es incongruente que nos ufanemos de nuestra inteligencia y voluntad si somos incapaces de entender dichos problemas y actuar en consecuencia. Asumamos el compromiso de defender la legalidad y nuestro hábitat.