Fue un “maracanazo” por partida doble: primero por la derrota de Brasil ante Argentina, en casa, en la Final de la Copa Sudamericana; después por la derrota de Inglaterra, en su otrora “cancha sagrada” de Wembley, ante Italia, en la Final de la Eurocopa.A despecho de las expectativas, de la literatura épica rebosante en las notas previas y del consenso de los “expertos” que virtualmente garantizaba a los aficionados de todo el mundo que tendrían un fin de semana de ensueño, el sábado con la mejor versión posible del futbol sudamericano, ayer con la correspondiente del futbol europeo, la grosera realidad fue muy distinta.*Independientemente de la frustración que sufrieron los simpatizantes de las escuadras que llegaron como favoritas, principalmente por el hecho de ser locales, las dos “finales soñadas” resultaron decepcionantes, ásperas, deslucidas, insípidas; avaras en goles y en emociones...El futbol ha evolucionado, ciertamente; se supone que para bien. Para los aficionados que atesoran en sus memorias hazañas y gestos magistrales protagonizados por los Di Stéfano, Pelé, Cruyff, Maradona, Platini y otras figuras del pasado, empero, las dos finales que este fin de semana fueron seguidas por millones de futbólatras en todo el mundo, difícilmente les habrán dejado algún recuerdo: si acaso, el gol de Di María con que Argentina hizo la tarea el sábado, por la frialdad para aprovechar un gran pase de Lodi y burlar la salida del arquero brasileño, y las dos atajadas de Donrarumma en los penalties por su trascendencia... y pare usted de contar.El resto fue de una vulgaridad indigna del abolengo de las competencias a que corresponden. Vaya: ni siquiera un chispazo del genio de Neymar, y sí una pifia mayúscula de Messi en el “Maracaná”; en Wembley, un par de destellos de Chiesa antes de salir lesionado de la cancha, y tan-tan.*Para colmo, la Selección Mexicana debutó en la Copa Oro con un decepcionante empate sin goles ante Trinidad y Tobago, con el añadido de la lesión del “Chucky” Lozano —menos grave de lo que inicialmente se temió, felizmente—, el desencanto porque se frustraron la victoria y aun la goleada presupuestadas... y la vergüenza de que reapareciera —como reacción de los aficionados, en parte por el mal arbitraje y en parte por la impotencia del “Tri”— el grito ofensivo que alguna vez quiso ser gracioso y se ha tornado ominoso por donde quiera verse.