Alguien en el Gobierno, quizá el propio López Obrador, quizá su primer consejero jurídico, Julio Scherer Ibarra, intuyó que Arturo Zaldívar, el ministro de la Corte amante de los reflectores y los medios, el célebre maestro de la Escuela Libre de Derecho que al finalizar sus clases preguntaba a sus alumnos: “¿Cómo estuve hoy?”, tenía un flanco débil. Es la misma debilidad de la mayoría de los hombres de poder, pero en él resultó explícito: la vanidad.Dos veces le sobó el ego López Obrador a Zaldívar y en ambas cayó como mastín domesticado ante las caricias del amo. El primero fue el transitorio de la reforma judicial que prolongaba su periodo como presidente de la Corte dos años más. Era una trampa, significaba vender a la Corte, ponerla a los pies del Ejecutivo, a cambio de un plato de ego. Y lo hizo. Cuando Zaldívar dijo que no buscaría reelegirse era demasiado tarde, había arrastrado su nombre y su reputación jurídica por los pasillos de Palacio, había aceptado ser el operador en el Poder Judicial de los intereses del Gobierno, que no del Estado, se había prestado para realizar una consulta abiertamente anticonstitucional sobre el juicio a los ex presidentes y redactado de su puño y letra una pregunta que quedará inscrita en letras de oro como ejemplo del absurdo. (La transcribo aquí para que no se nos olvide: ¿Estás de acuerdo o no en que se lleven a cabo las acciones pertinentes, con apego al marco constitucional y legal, para emprender un proceso de esclarecimiento de las decisiones políticas tomadas en los años pasados por los actores políticos, encaminada a garantizar la justicia y los derechos de las posibles víctimas?) La consulta resultó jurídicamente inútil, pero Zaldívar le dio al Presidente lo que quería.Al no lograr la reelección, el poder volvió a tentar a Zaldívar. Le ofrecieron prolongar su vida pública a cambio de que entregara su puesto en la Corte. El vanidoso cayó de nuevo. Entregó su silla con la promesa de que sería parte del próximo gabinete. Hoy, después de los escándalos, independientemente del derrotero que tome el caso, difícilmente, si Claudia Sheinbaum es la próxima Presidenta lo va a invitar al gabinete, pues el ministro está más quemado que un judas en domingo de resurrección. Más aún, la acusación le viene como anillo al dedo a la candidata oficial para deshacerse de un compromiso, otro más, de los heredados por el Presidente López Obrador quien, por lo demás, ya obtuvo lo que buscaba: una silla más en la Corte.Tomo prestadas las palabras de John Milton, el mismísimo Lucifer, interpretado por Al Pacino en la película El abogado del diablo: “Concluyo el caso: la vanidad es definitivamente mi pecado favorito... la egolatría es el narcótico natural de los humanos”. A lo lejos se escucha a alguien gritar: “¡Yo no pierdo, soy abogado, mi trabajo es ganar!”. La voz resulta conocida. Algunos dicen que es la de Keanu Reeves, quien interpreta al abogado Kevin Lomax en esa película. Yo no estoy tan seguro. diego.petersen@informador.com.mx