“Voluntariamente entrego mi nación a Cristo para que sea el dueño absoluto de esta patria bendita… ¡Se cumplirá la profecía! Venezuela será el centro espiritual del mundo, y con el abrazo y la protección de Cristo, lo lograremos. La Nación toda está en sus manos. ¡Amén, amén y amén!”.Las palabras son de Nicolás Maduro, el dictador populista de Venezuela, el lunes pasado cuando en una ceremonia en la que un pastor evangélico le impuso el manto de Hugo Chávez. No sólo quiere ser el presidente de la república eternamente reelecto, quiere ser también el líder espiritual de su país. Curiosamente, algunos siguen pensando que personajes como Maduro, o la pareja presidencial Ortega-Murillo en Nicaragua y sus excentricidades esotéricas, o Evo Morales, que elevó a la Pacha Mama a rango constitucional, son la nueva izquierda latinoamericana.El error es llamarle izquierda. Es populismo puro y duro, el mismo populismo que desde la izquierda o la derecha está destruyendo las democracias en todo el mundo, particularmente en Latinoamérica. Porque el populismo de derecha, como el de Milei en Argentina, el de Bukele en el Salvador o de Bolsonaro en Brasil, usan o usaron por igual los símbolos religiosos: Milei, además de esotérico usa símbolos de la religiosidad y la cultura judaica para justificar sus batallas; Bukele, de origen palestino, va y viene de una religión a otra pero siempre se pone él mismo al centro porque, dice, tiene una relación directa con dios; Bolsonaro fue a bautizarse al Jordán, igual que Cristo, para sellar su pacto político con los evangélicos de Brasil. Todos a cuál más de peligrosos para las democracias.Los nuevos populismos necesitan del discurso religioso para construir la narrativa del destino manifiesto. Dios y el pueblo son uno. Dios habla a través del pueblo porque el pueblo está bendecido por Dios. Lo dijo el Presidente en una de sus Mañaneras: “la voz del pueblo es la voz de Dios”. López Obrador está lejos de ser un dictador, pero su discurso mesiánico no está lejos del de los populistas que traen a dios de la pata como si fuera un globo inflable. Lo necesita, y lo usa.Por extraño que parezca, la mayor amenaza al Estado laico hoy no es la iglesia católica, ni siquiera las mocherías del PAN, sino la posible evolución de un liderazgo populista, esa tentación de hacer del obradorismo un culto y de Andrés Manuel un símbolo que vaya más allá del primero de octubre. Si algo nos puede salvar en México de esta mezcla explosiva de populismo y religión es la tradición laicista de este país y que Claudia Sheinbaum, la presidenta electa, está muy lejos de esa visión y ese discurso. No así López Obrador, a quien le gusta comparase con Cristo, cita la biblia cada semana en las Mañaneras, y que se ve a sí mismo como un líder transformador.diego.petersen@informador.com.mx