El presidente está enojado. No quiere que nadie critique su reforma al Poder Judicial. El domingo es su fiesta, la fiesta del VI Informe y la reforma su regalo. Nunca falta el arrastrado que hace la coperacha para el regalo del jefe y en eso compiten al parejo Mario Delgado, Gerardo Fernández Noroña o Manuel Velazco. Ahora sí el presidente ya se vio en el billete de 20, o mejor en el de 50, en lugar del ajolote. Pasará a la historia como el que hizo cambios constitucionales en el último mes de su gobierno.El presidente está empoderado. Todos los presidentes sin excepción se enferman de poder, pero no a todos les pega igual de fuerte el bicho. Desde el megalómano de José López Portillo no habíamos visto un presidente saliente tan sediento de pasar a la historia y de seguir tomando decisiones simplemente porque pueden. López Portillo nacionalizó la banca en venganza por la fuga de capitales que devaluó el peso, ese que él prometió defender como un perro y no pudo. López Obrador heredará una reforma judicial mal hecha e improvisada, pero acabará con la Corte y los magistrados que tantos obstáculos pusieron a su gobierno.El presidente está crecido. Llega al final de su sexenio con 73 por ciento de aprobación, la misma que Salinas, pero por encima de Zedillo, Calderón o Fox (Peña Nieto no cuenta, ese cerró con 22 por ciento). Eso le hace pensar que puede hacer lo que quiera, que cualquier ocurrencia será aplaudida. Pongamos “pausa” a las relaciones con las embajadas de Estados Unidos y Canadá; qué gran idea. Se le ocurrió mientras hablaba en la Mañanera. La ocurrencia nos costó una devaluación de dos por ciento en un solo día. A quién le importa, la soberanía vale más y el orgullo, no el orgullo nacional, que esa es una entelequia, es el orgullo del presidente lo que importa. Ponlo en pausa por metiche. ¿A quién?: ¿al embajador, a la embajada, al gobierno, a la nación estadounidense? A ninguno. A todos. No importa, tú ponle pausa. ¿Y a Canadá? También. Para eso soy el presidente, ¿o qué?La presidenta electa está en problemas. Ya lo entendió y decidió hacer una pausa a las reformas judicial y electoral. Si no logra imponerla le van a heredar un país con problemas económicos autogestados, con una relación innecesariamente tensa con los socios comerciales y una reforma judicial inaplicable. En lugar de comenzar su sexenio definiendo un rumbo para el país, tendrá que dedicarse un buen rato, meses, quizá un año, a recoger el tiradero.Sheinbaum ha decidido hacer una pausa, pero no a las relaciones con los socios comerciales, sino a la vorágine “transformadora” de un presidente desbocado que ya no escucha a nadie. Meter el freno es sin duda una buena señal.diego.petersen@informador.com.mx