Miércoles, 19 de Marzo 2025

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Nombrar y resistir

Por: Diego Petersen

Nombrar y resistir

Nombrar y resistir

Nombrar es un acto de poder. Pocas cosas nos hacen sentir tan poderosos como el acto de nombrar. Poner, en realidad imponer, nombre a los hijos, darle nombre a una mascota es un ejercicio de poder que habla más de quien pone el nombre que de quien lo recibe. El grandote de la clase, el bulero, pone los apodos de los compañeros. En las ciudades, sólo quien detenta el poder, el cabildo, puede nombrar y renombrar las calles. No es extraño entonces que uno de los primeros actos de Donald Trump como presidente haya sido cambiarle el nombre al Golfo de México por Golfo de América, como López Obrador quiso cambiarle el nombre al Golfo de Cortés por Golfo de California; al “Árbol de la Noche Triste” le impusieron el nombre de “Árbol de la Noche Victoriosa”, y Claudia Sheinbaum le cambió el nombre a la Glorieta Colón por Amajac (lugar donde se bifurca el agua) para borrar del mapa al navegante.

La Presidenta Sheinbaum está muy enojada por el cambio del nombre del Golfo de México. Para ella es una afrenta; para Donald Trump una reivindicación. Es en realidad un tema de orgullos que no tiene ninguna importancia: que cada uno le llame como quiera. No es el único caso en que un territorio, un río o un golfo tienen dos nombres. Más aún, en Italia un mismo estadio tiene dos nombres: dependiendo de si juega el Inter, se llama San Siro, o si juega el Milán, se llama Guiseppe Meazza.

Lo interesante no es que un poderoso imponga o quiera imponer un nombre, esa absurda atribución es parte del ejercicio del poder, sino cuando la resistencia popular, cuando los ciudadanos en rebeldía, desde abajo y contra la voluntad del poder logran cambiar un nombre. El caso más cercano en Guadalajara es el de “la Glorieta de las Desaparecidas y los Desaparecidos”, en la que oficialmente es la de los Niños Héroes. La misma Glorieta Colón de la Ciudad de México que la entonces jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum renombró como Amajac, los colectivos feministas la apropiaron como “la Glorieta de las Mujeres que Luchan”.

En nuestra ciudad hay bellísimos ejemplos del fracaso de los poderosos por cambiar los nombres de las calles. A la calle Mezquitán, una de las referencias más antiguas de Guadalajara, quisieron imponerle el nombre de Avenida del Trabajo; fracasaron rotundamente. A la calle Cruz Verde quisieron quitarle su burocrático nombre para imponerle el de Confederación Revolucionaria; nadie los peló. El caso más emblemático es sin duda el de la Colonia Villaseñor, pues, aunque oficialmente ese sigue siendo su nombre, para Guadalajara y para el mundo es Santa Tere y háganle como quieran.

Nombrar es un acto de poder; renombrar o rechazar el nombre un acto de resistencia.

diego.petersen@informador.com.mx

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