En medio de la algarabía de unos y otros por el resultado electoral, pasó prácticamente desapercibida una declaración del Presidente de la República, de esas que dice que no prepara y le salen naturales. En la mañanera del lunes, haciendo una evaluación del comportamiento de diferentes actores durante la jornada electoral, López Obrador dijo que “los que pertenecen a la delincuencia organizada en general bien, muy pocos actos de violencia de estos grupos, se portó creo que más mal la delincuencia de cuello blanco”.El simple hecho de considerarlos en la evaluación como parte de los actores del Estado conlleva una muy preocupante normalización de la existencia del crimen organizado. Pero que el Presidente diga que en una elección donde mataron a 35 candidatos la delincuencia “se portó bien” es, con todo respeto, demencial. Quién le explica lo bien portado de la delincuencia a la familia de Alma Barragán, candidata a presidenta municipal de Moroleón por MC; a la de Juan Antonio Acosta, candidato del PAN en Juventino Rosas, Guanajuato; a la esposa de Pedro Gutiérrez, que iba en el auto del candidato de Morena en Chenaló, Chiapas, cuando fue acribillado por un comando; a los familiares de Melquiades Vázquez Lucas, candidato del PRI en La Perla, Veracruz, por citar sólo a algunos.Quien les puede decir a 35 familias de luto que la delincuencia organizada se portó bien.La sola existencia de la delincuencia organizada, sea en su manifestación de grupos armados de control territorial o sea de cuello blanco, es una amenaza para el Estado. Un candidato muerto, uno solo, es una manifestación de poder y reto a las instituciones que no debería ser tolerada, mucho menos consentida, por un Presidente de la República.Rehuir el enfrentamiento directo con el crimen, hablar de amnistías, negociar la liberación de un capo para evitar derramamiento de sangre, agradecerles que se hayan portado bien durante el proceso electoral no son casualidades, sino que constituyen una política cuyo objetivo manifiesto ha sido reducir la violencia no confrontando a los violentos. No ha sucedido. Salvo una pequeña reducción en 2020, más atribuible a la pandemia que a políticas públicas, el número de asesinatos en el país no ha bajado en este sexenio, la violencia está instalada y lo peor, normalizada entre los políticos y en la sociedad.Pasamos del discurso del “se matan entre ellos” y la política de la guerra al narco de Calderón y Peña Nieto, a la justificación de la no política de seguridad de los abrazos y no balazos y el discurso de reconocimiento público de la delincuencia por su buen comportamiento. diego.petersen@informador.com.mx