Como en la peor pesadilla, López Obrador se tropezó en la misma semana con las dos piedras que acabaron con el gobierno de Peña Nieto: un escándalo de corrupción de un familiar vinculado con una mansión y los normalistas de Ayotzinapa. No son iguales, por supuesto que no, hay enormes diferencias, para bien y para mal, entre un gobierno y otro, pero no deja de ser paradójico que sean las mismas piedras, los mismos temas, corrupción e impunidad, los que minan la credibilidad de los gobiernos.Fiel a su estilo, en plena crisis y en medio de una confrontación abierta con periodistas y comentaristas, cuando algunos de los aliados naturales como los normalistas de Ayotzinapa o el mismo Cuauhtémoc Cárdenas toman distancia del gobierno lopezobradorista, el presidente sube su apuesta. Va, dijo en el discurso del 5 de febrero, por una reforma que le quite poder al INE y al Tribunal Electoral y por la definitiva militarización de la Guardia Nacional y la seguridad pública.Ambas reformas tiene un objetivo común: darle más poder al Presidente en los momentos en que su gobierno, como sucede con todos hacia el final del periodo, comienza a perder fuerza. Para ambos proyectos necesitan los votos del PRI o del PAN o una combinación de éstos, pues son reformas constitucionales que deben pasar con más de dos terceras partes de las cámaras de diputados y senadores. Escándalos como el de la casa de José Ramón y manifestaciones violentas, como la de los estudiantes que lanzaron un tráiler contra una caseta en Guerrero, debilitan la posición del presidente. Si la oposición, particularmente los priistas, huelen debilidad, las reformas quedarán atascadas en el legislativo, como le sucedió en su momento a Fox y a Calderón.La revocación de mandato no le va a quitar la silla al presidente, pero si será un irremediable paseo por la báscula política. Nadie tiene duda que ganará el No y que no habrá los votos suficientes para que el ejercicio sea vinculante. Lo que habrá que observar es si en medio de esta primera gran crisis mediática del sexenio derivada de la casa de José Ramón y la mayor caída en la popularidad (siete puntos en un enero según la encuesta de El Financiero, medido antes de que apareciera la nota de la Casa Gris) el presidente es capaz de salir, como suele hacerlo, hacia adelante. Estamos en un punto de quiebre del sexenio. Lo que suceda en las próximas ocho semanas definirán en gran medida el destino del obradorismo y del país.Impunidad y corrupción, las mismas piedras que, diría el Tri, rodando se encuentran.