El Presidente sigue mandando señales de cordialidad al crimen organizado. El lunes dijo que los criminales respetan a los servidores de la nación, que incluso en los retenes de la delincuencia organizada el trato es cordial. Ayer apoyó públicamente el llamado de una mujer buscadora de Tamaulipas a los líderes de los grupos delincuenciales más conocidos para reducir la violencia. “Claro que lo respaldo”, dijo, como si el problema con los grupos criminales fuera que nadie les ha hablado bonito.No es la primera vez que López Obrador insinúa o dice con todas sus letras que hay que pactar con el crimen organizado. Tampoco el único político que lo ha planteado. Más allá de consideraciones morales la pregunta es si efectivamente se puede llegar a un acuerdo con organizaciones delictivas y cómo son esos acuerdos. En los años del partidazo esto era posible, entre otras cosas porque el narcotráfico, y antes el contrabando, eran una especie de extensiones o concesiones del Estado: el trafico de drogas se controlaba desde la Dirección Federal de Seguridad -todos los grandes capos tenían credencial de la DFS- y el contrabando desde el Ejército: los Arellano Félix en Tijuana y Juan Guerra en Tamaulipas son hijos de aquellos acuerdos. Más aún, contaba Manuel Camacho Solís que cuando llegó de regente del Departamento del Distrito Federal en 1988 invitó a Javier García Paniagua como director de la Policía y que éste de inmediato pactó con los criminales y les puso cuotas por delito. García Paniagua había sido director de la temida y controversial Dirección Federal de Seguridad.El gran cambio en los últimos 35 años es que ya no son las agencias del Estado las que controlan al crimen, sino el crimen el que controla gran parte de las agencias del Estado, desde policías municipales hasta áreas completas de las fiscalías, pasando por policías estatales, jueces y magistrados del fuero común y federal. Ya no controlan puertos y rutas, sino territorios; no son más estructuras verticales sino pirámides interconectadas. En la situación actual la violencia no es un deseo maligno de un capo igualmente malo; la violencia hoy es un lenguaje y una forma de ejercicio del poder.Ojalá el Presidente tuviera razón. Que bastara pedir el apoyo de madres y abuelas; que el problema de la violencia se solucionara con tres o cuatro programas sociales y una amnistía; que los desaparecidos aparecieran porque alguien logró tocar el corazón de los criminales.La paz no se implora, se construye. La paz se conquista recuperando territorios, construyendo Estado de derecho, fortaleciendo instituciones, igualando oportunidades y derechos, exigiendo a los gobiernos que hagan lo que tienen que hacer.diego.petersen@informador.com.mx