Tenemos una generación de políticos cuya única respuesta a la crítica es la descalificación del mensajero. López Obrador es el maestro, pero tiene alumnos destacados, como es el caso del gobernador Enrique Alfaro o la ex jefa de Gobierno y casi candidata de Morena, Claudia Sheinbaum. Tampoco es algo que haya inventado el actual Presidente. Ahí está Fox que dijo que la clave de la felicidad era no leer periódicos ni escuchar noticieros. O el inefable Peña Nieto y su declaración de ya sé que no aplauden en un suspiro de tristeza porque los reporteros no se comportaban como el núcleo duro de pseudo periodistas de la mañanera que se arrastran, aplauden y festejan al Presidente todos los días.El problema es, por supuesto, de ida y vuelta. Si Claudia, Alfaro o López Obrador se sienten con la capacidad de confrontar o desoír una crítica es porque los medios tradicionales como sistema de equilibrio de poder han perdido fuerza y los políticos, unos más que otros, creen que confrontar al sistema de medios los fortalece. Es el imperio de los otros datos, basado en viejo adagio del infiel: niégalo todo, aunque te cachen con las manos en la masa.La pregunta no es quién ganará, el sistema mediático o el imperio de los otros datos, sino cómo las sociedades procesan este conflicto donde lo que está de por medio es el derecho a saber, eso que socialmente hemos construido como el valor de la verdad. Una de las características esenciales de los políticos populistas es que no dudan. Ellos siempre tienen, saben o dicen reconocer, la verdad. El problema más profundo del sistema de medios ha sido la pérdida de credibilidad, que no es un problema nuevo -siempre ha habido, para bien de todos, quién cuestione y ponga en duda la forma en que los medios construyen la información y la opinión- pero se ha agravado a partir de la irrupción de la posverdad, un sistema de pensamiento en el que las emociones y las creencias tienen más valor que los datos.En la lógica del poderoso, la descalificación moral del mensajero basta para no responder. Es una descalificación que se hace siempre desde el poder y usando recursos públicos. La apuesta del gobernante es que él es más poderoso y tiene más recursos que cualquier medio. ¿Es eso sostenible en el mediano plazo? Mi impresión es que no, pero a los políticos actuales sólo les importa el presente porque hoy la política y la aprobación social se construye de momentos y sensaciones, no de ideas, y eso es responsabilidad de las sociedades que consumimos y aplaudimos información emocional y políticos adictos a los otros datos.diego.petersen@informador.com.mx