La Fiscalía de Jalisco está haciendo, y bien, una parte de su chamba: buscar indicios para saber qué pasó con los jóvenes desaparecidos en Lagos de Moreno. Lo que no está haciendo la Fiscalía del Estado, ni la de la República, ni ninguna otra entidad del Gobierno estatal o federal es buscar a los responsables de la desaparición y probable asesinato de cinco jóvenes con lujo de violencia y publicidad. No detenerlos es una derrota para el Estado; sin embargo, eso no parece preocuparle mayormente ni al gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro, ni al Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, quien, pese a su promesa de dar información el día de ayer, simplemente dijo que no había novedades, restándole toda importancia al asunto.A ninguno de los dos se le ha ocurrido que sería un buen gesto hablar con los padres de las víctimas; ni uno ni otro se ha atrevido a anunciar un viaje a Lagos de Moreno para escuchar a los habitantes de la zona. Los dos quieren hablar de otra cosa, de lo que según ellos están haciendo bien. Ah, y por supuesto de su popularidad en las encuestas, faltaba más: uno presume que es el segundo Presidente mejor evaluado del mundo; el otro cacarea en redes que pasó del lugar 28 al 12 entre los gobernadores del país. Para eso sí hay tiempo y presupuesto, faltaba más. Hay prioridades.El mensaje del crimen organizado está clarísimo: en este territorio mandamos nosotros. Disponemos de las vidas y causamos terror a conveniencia (ahora es Lagos, pero puede ser cualquier parte del país). Tristemente el mensaje del gobernador y del Presidente también está muy claro: la vida de los jaliscienses y los mexicanos no importa, lo que importa es la seguridad en abstracto, las cifras a modo, esas que siempre dirán que vamos bien. Por favor no los distraigan con nimiedades, ambos tienen enfrente una elección que ganar. Esto es lo que importa: Claudia y Clemente; Marcelo y Pablo.Si me tapo la cara con un cojín nadie me ve, piensa el niño siempre autorreferencial. Si no hablo de los desaparecidos nadie me puede echar la culpa, piensan nuestros políticos que sólo se ven el ombligo. Lo primero es infantil e ingenuo; lo segundo es premeditado y perverso. Hablemos de desapariciones, escuchemos a las familias rotas porque les falta uno de sus miembros y en ocasiones más de uno, porque sólo así vamos a entender que el dolor de cada madre y cada padre, de cada hermana o hermano de un desaparecido es el dolor de todos. En ninguna sociedad, en ninguna circunstancia la desaparición y la violencia son normales. No las normalicemos.diego.petersen@informador.com.mx