Domingo, 24 de Noviembre 2024

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Empatía y poder

Por: Diego Petersen

Empatía y poder

Empatía y poder

Pocas cosas le cuestan tanto trabajo a los poderosos como ser empáticos con el sufrimiento ajeno. Da igual si se trata del Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, del gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro o del alcalde de Zapopan, Juan José Frangie, los tres patinaron groseramente con el caso de Luz Raquel. No se trata de un caso específico, sino de la dificultad que tiene en general el poder y los poderosos de entender el dolor ajeno.

Si cualquiera de ellos se hubiera dado un vuelta a la colonia Arcos de Zapopan y hubiese visto en persona, y no a través de una pantalla, el lugar donde Luz fue quemada viva, si hubiese hecho el recorrido que hizo ella, escuchado a los vecinos, compartido sus miedos y angustias, no habrían dicho que el Gobierno hizo lo correcto o que la culpa de es de quién sabe qué precepto ideológico. Nadie les pide a las autoridades que asuman la culpa por algo que personalmente ellos no podrían haber evitado, sino que sean empáticos con el dolor de una familia, de una comunidad, de una sociedad que está herida, que se siente hoy más vulnerable que hace diez días; que entiendan que no pueden decir que las autoridades hicieron lo correcto, que las instituciones funcionan cuando el resultado es catastrófico.

La empatía, la capacidad de compartir el dolor de otros, es algo que cuesta mucho a los poderosos, entre otras cosas porque se trata de bajarse del pedestal desde donde el poder se ejerce. Una de las características del poder es justamente la diferenciación. Como nadie está en el lugar que ocupan ellos, a ellos les cuesta mucho trabajo ponerse en el lugar de otro. Eso no quiere decir que sean malas personas, sino que su reacción automática ante situaciones concretas que cuestionan el ejercicio de Gobierno, la práctica misma del poder, es siempre defender, nunca entender.

La empatía no resuelve los problemas, ser empático con la familia y los vecinos de Luz Raquel no regresará el tiempo ni regresará a su madre el niño que se queda huérfano. La empatía ni siquiera los hará mejores gobernantes. Lo que sí puede hacer la empatía es regresar el rostro humano al poder, construir desde el dolor una sociedad con mejor relaciones, con un tejido más estrecho que nos permita protegernos y apoyarnos los unos a los otros.

Lo que no entienden los poderosos es que las palabras construyen –destruyen– las sociedades, que de esos pequeños gestos que llamamos empatía están hechas las relaciones sociales.

Diego Petersen Farah

diego.petersen@informador.com.mx

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