Insultar se volvió la forma más socorrida de los candidatos para hacer política. Viéndolo en la distancia se trata de una evolución. Hace algunos años la violencia física era la forma más socorrida de manifestar un diferendo. Hoy, en la era de “las benditas redes sociales”, lo nuevo es ofender, poner calificativos y denostar al enemigo político. Y bueno, nadie puede negar que es mucho más civilizado poner un trancazo en Twitter, un tuitazo, que un puñetazo, o peor, una bala, en la cara del enemigo.¿Para que sirve insultar a un enemigo político? ¿Qué ganó Fox diciéndole dama de compañía a Mariana Rodríguez o Samuel García llamándole “mariguano” al ex presidente? Un rato de risa de sus seguidores, encantados de asistir al pancracio, y poco más. No hay tuitazo que se convierta en votos. Pero, vamos a suponer, que se traduce en simpatías y por lo tanto, si lo hacen bien, es más fácil que, en el remoto caso -como dicen en los aviones- de que un joven decida votar, lo haga por el que le caiga mejor.El problema es que nombrar de esa manera al enemigo no es sólo un insulto al o la destinataria, sino que estigmatiza conductas y formas de ser que interpelan a toda la sociedad. Dejemos de lado que ambas son posturas que revelan una matriz de pensamiento profundamente conservadora, no en el sentido que la usa el Presidente López Obrador, sino de la visión que tienen de la sociedad en dos temas muy sensibles: el papel de la mujer en la vida pública y el libre consumo de sustancias socialmente satanizadas. Porque Samuel García puede aparecer en un video hasta el chongo de borracho, pero juega con el estigma social en torno de los consumidores de mariguana, como si eso lo hiciera moralmente superior. ¿De verdad los llamados naranjas que van por la vida de socialdemócratas se sienten representados por un personaje tan primario y con una visión del mundo tan pobre? Supongo que no, pero confían en que les dé votos, que en política y a los políticos es, a fin de cuentas, lo único que les importa.Pocas cosas hablan tanto de nosotros mismos y de la matriz cultural que llevamos a cuestas como la forma en que insultamos y pocas cosas nos definen como sociedad como los chistes que festejamos. Si los chistes son racistas, sexistas y misóginos es porque fuimos formados en ello. Ahí, en lo que cada uno de nosotros considera un chiste o un insulto, se esconden los grandes miedos, prejuicios y limitaciones. Las de Fox ya las conocíamos y por suerte va de salida; las de Samuel García las intuíamos, pero no por ello dejan de ser menos preocupantes.