El ayuntamiento de Guadalajara anunció, con bombo y platillo, la construcción de una obra del arquitecto Luis Barragán en pleno paseo Alcalde. Sí, no se habla de una escultura urbana, no se explicitan ni se discute la necesidad urbanística y arquitectónica de tener una escultura monumental en ese sitio (16 de septiembre y Leandro Valle) sino que se avienta el nombre, el fetiche, por delante. El argumento no podría ser más pobre: es de Barragán, nos regalan el proyecto, no podemos desaprovecharlo. A caballo regalado no se le ve el colmillo.Sin negar el gran valor que tiene la donación de dichos planos, hay una serie de consideraciones de índole ético y urbanístico que deben discutirse simplemente para, en todo caso, darle solidez a la decisión.Lo primero es la pertinencia. La obra El Palomar la diseñó el arquitecto Barragán a principios de los años setenta para el fraccionamiento del mismo nombre. Es una obra posterior a las famosas Torres de Satélite, que realizó el arquitecto junto con Matthias Goeritz, y anterior a la Estela de Luz de la Macro Plaza de Monterrey. Su función era la de un elemento icónico dentro del bosque, en uno de los primeros (y gracias al decreto de protección también de los últimos) fraccionamientos dentro de La Primavera. Su monumentalidad (42 metros de alto) y su color fueron pensados y diseñados para ese espacio en ese momento. ¿Es válido construirlo en otro lugar y en otro tiempo? Quién tiene la respuesta no está aquí para darla: su creador.La obra es bellísima y tiene un gran valor más allá de la firma. Por supuesto que no es independiente; es un gran proyecto porque lo hizo un gran arquitecto. Sin embargo, podemos estar seguros que si alguien hubiese llegado al ayuntamiento con ese proyecto -construir una torre de 42 metros y 40 millones de pesos en Paseo Alcalde- lo hubieran mandado directo a oficialía de partes, y en el mejor de los casos regalado un sello de recibido y enviado al archivo con copia para el basurero. Aceptemos que El Palomar merece construirse por su belleza y que la firma es inseparable de la obra, pero ese no puede ser el argumento ni el motivo de la decisión.El emplazamiento es un tema complejo y en este caso parece estar más vinculado a motivaciones políticas que a criterios urbanos. ¿La obra puede complementar ese gran proyecto que ha sido pensado y construido a lo largo de cinco administraciones de dos distintos partidos llamado Paseo Alcalde? Sin duda, pero también enriquecer otros espacios y otras intervenciones urbanas. Un mal emplazamiento puede desmerecer una buena obra (un ejemplo de mala ubicación son las Tres Gracias de Garval en medio de Lázaro Cárdenas que sólo las puedes ver si te toca “la suerte” de un embotellamiento).Por su importancia e impacto la escultura no puede estar sujeta a los tiempos políticos. Las prisas por iniciar la construcción de una obra no suficientemente socializada lejos de ayudar a que se hagan rápido y bien, terminan por enrarecer el ambiente y complicar las decisiones. La fallida construcción de los Arcos del Milenio es el mejor ejemplo de una buena idea pervertida y arrollada por los tiempos políticos.Si por su valor estético una obra de hace 50 años merece construirse ahora, merece también hacerse con el cuidado de la socialización y la sana discusión. Diego Petersen Farahdiego.petersen@informador.com.mx