La famosa frase “Cosas vederes, Sancho, que farán falar las piedras” nunca la escribió Miguel de Cervantes (como tampoco escribió “Ladran Sancho…). Y si no la escribió no fue por falta de ganas, sino porque vivió a finales de siglo XVI y apenas un cachito del XVII. Porque de haber nacido en el México del siglo XXI, en plena era de la IV Transformación y hubiese, como correspondería a un caballero de los de adarga en angostura, rocín flaco y galgo corredor, atestiguado la presentación de Jaime Maussan en la Cámara de Diputados sobre la presencia de extraterrestres, me canso que lo hubiera escrito seguido por un “¡mecachis! que son brutos estos legisladores. O si hubiese sido testigo de la defensa del modelo educativo de la maestra Prieto Hernández en una sesión Mañanera en el Palacio del Gran Señor habría suplicado el Quijote a vuestras mercedes licencia para contar, él también, la historia de un loco, el loco de Sevilla por “venir como de molde” ante la situación.Pero no, Cervantes no vivió para escribirlo en una novela y cuando nosotros se lo contemos a los nietos nadie nos va a creer que, en las épocas de la 4T, que ellos entenderán como una especie de pleistoceno superior, los diputados dedicaron su tiempo a debatir sobre la existencia de los extraterrestres y la presencia de ovnis mientras en el país había un promedio de 70 asesinatos al día. Cuando esos nietos imaginarios que serán los beneficiarios o perjudicados, el tiempo lo dirá, del modelo educativo, vean el nivel de debate con el que se aprobó la forma de enseñarles nos reclamarán, con toda razón, la irresponsabilidad generacional.¿Cómo llegamos a esto? ¿Cómo nos explicamos a nosotros mismos que como generación hayamos alcanzado esos niveles de estulticia? No lo sé. De verdad, no lo sé. Lo único que tengo absolutamente claro es que algo hemos hecho muy mal para que esos sean los temas de la agenda pública.Bajar a los políticos del pedestal, romper esas burbujas de los grupos de poder que generan sus propios códigos como una forma de exclusión, con un habla que nadie más entiende, llena de palabras tan formales como huecas, es parte esencial de la democratización de la vida pública. Banalizar la representación popular o el modelo de educación nada tiene que ver con la democratización.Entre la desacralización y la estupidización de la política hay solo un paso y lo hemos dado con la firmeza y la seguridad de quien ha dejado de pensar, con esa falsa certeza propia de los fanáticos.diego.petersen@informador.com.mx