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Cambio de régimen 

Por: Diego Petersen

Cambio de régimen 

Cambio de régimen 

Hace casi seis años, en su arenga del Zócalo el primero de septiembre de 2018, el Presidente López Obrador dijo con todas sus letras: esto no es un cambio de gobierno; es un cambio de régimen político. Venía de un triunfo arrollador. Era entonces el único presidente que había superado el 50 por ciento de los votos en la era democrática. Aun así, no le creímos. Fuimos muchos los que pensamos que se trataba de una exageración, de un exceso egocéntrico. La derrota en la elección intermedia hizo ver más lejana aún esa posibilidad. El presidente diseñó una estrategia para lograr su cometido; la oposición no. López Obrador radicalizó el discurso y la polarización, ajustó los programas sociales para hacerlos clientelares, apuntaló el partido y sus alianzas, designó a su sucesora por un dedazo disfrazado de encuestas, y diseñó quirúrgicamente la construcción de una mayoría en las cámaras.

Hoy estamos a unos días y tres votos en la Cámara de Senadores de que el régimen político construido con los grandes acuerdos de la transición democrática de finales del siglo XX termine sus días. Un régimen que, hay que decirlo con todas sus letras, fracasó en la promesa básica de mejorar la vida de la mayoría de los ciudadanos y que fue cooptado por poderes fácticos. Como ha sucedido en muchos países del mundo, la democracia liberal fue derrotada en las urnas; murió víctima de su propia arma.

El régimen que comenzará a construirse a partir del primero de septiembre es de corte populista, acorde con lo que está pasando en muchísimas democracias, las más nuevas y las más viejas. Las más antiguas e institucionales como Inglaterra o Francia han resistido un poco mejor los embates, pero no se salvan del todo. El mismo Estados Unidos está a punto de caer en un populismo del que le costará años recuperarse, en el supuesto claro de que un día quieran hacerlo.

El nuevo régimen será un régimen presidencialista y autocrático, de eso no hay duda. Claudia Sheinbaum tendrá en el papel más poder que ninguno de los presidentes en los últimos 50 años. La pregunta incómoda que unos la hacen en voz alta y otros la hacen para sus adentros es si volveremos al presidencialismo sexenal, al reinado absoluto por un solo periodo del priato, o si lo que se está construyendo es el régimen de un hombre fuerte, cuya referencia en México se remonta hasta hace casi un siglo, al Maximato, cuando encima del presidente en turno estaba el “jefe máximo”.

Hacia dónde camine y cómo se construya el nuevo régimen depende, por supuesto, de las circunstancias. Depende también de cómo reaccionemos los ciudadanos y del comportamiento de los poderes fácticos. Sin embargo, el derrotero del nuevo régimen político depende fundamentalmente de una persona. Y no, esa persona no es López Obrador, que a estas alturas sabemos perfectamente cómo va a reaccionar, sino Claudia Sheinbaum, de quien sabemos muy poco o nada, pues siempre ha estado a la sombra del gran árbol llamado Andrés Manuel.

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