Jueves, 28 de Noviembre 2024

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Evasión de fin de sexenio

Por: Diego Petersen

Evasión de fin de sexenio

Evasión de fin de sexenio

O el Presidente de la República no tiene absolutamente nada que hacer, o tiene en su gabinete una panda de inútiles que son incapaces de resolver por sí solos cómo entregar huevos a los damnificados (el cartón para transportar huevos sin que se rompan se inventó en 1911; el huevo en polvo tiene al menos cuatro décadas en el mercado). La solución, para colmo fue más tonta que el problema, pues según dijo el Presidente se entregarán las despensas y detrás irá un marino o servidor de la nación entregando huevos en mano. 

O este país ya no tienen problemas de violencia, pobreza, salud y educación o el Presidente está en fuga de la realidad, pues se mostró más preocupado por encontrarle trabajo al coach de beisbol de la selección mexicana, Benjamín Gil que por cualquier otra cosa. Ojalá le preocupara tanto el futuro de las madres buscadoras como le importa el equipo de los padres de San Diego. Pero no, sigue sin recibir a quienes sufren la desaparición de un hijo, porque hay que cuidar la investidura presidencial (sic).  

Mientras el crimen organizado se apropia de Acapulco, pone los precios de los productos, maneja a sus anchas los barrios de la ciudad devastada, el Presidente hace un sobrevuelo a la pista del aeropuerto de Tulum, una obra que avanza a su ritmo y al parecer sin mayores problemas. Por qué escuchar a los damnificados si puede escuchar a los zalameros miembros del gabinete y las Fuerzas Armadas diciéndole que está haciendo historia.

Las protestas de los acapulqueños son, según el Presidente, manipuladas, pues nadie puede estar inconforme con su impecable Gobierno. “Seguro le van a Xóchitl”, dijo sin siquiera escucharlos. Para evitar que le quiten el sueño, para no verlos, él mismo o alguno de sus acomedidos acólitos, ordenó que les impidieran el paso al Zócalo, al más puro estilo de esos que no son iguales, pero a los que cada día se les parece más.

Las cuatro escenas, todas del día de ayer, pintan a un Presidente en plena evasión de la realidad. La sordera del poder, ese síndrome de los poderosos que sólo escuchan lo que quieren oír y terminan aislados del mundo, se instaló ya en Palacio. Lejos, muy lejos, quedó el Presidente aquel del Jetta que dialogaba con los ciudadanos; el político activista que creía en las manifestaciones como expresión de la diversidad política; el López Obrador sensible a los problemas y las necesidades de los más necesitados. 

Todos los presidentes sufren de aislamiento en el último año de poder, particularmente a los más ególatras, como fue el caso de Vicente Fox, José López Portillo y ahora de López Obrador. Nada tiene que ver con la popularidad ni con la capacidad, sino con la necesidad de que el mundo siga girando alrededor de ellos. 

diego.petersen@informador.com.mx

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