Cuando el crimen organizado da un paso más en la escalada de violencia, como sucedió la noche del martes en Tlajomulco, como sociedad tenemos dos opciones: o lo normalizamos o decidimos poner el alto. De cómo los mexicanos y particularmente los tapatíos hemos normalizado la violencia hay muchos ejemplos. Valgan un par. El primer narcobloqueo en Jalisco lo hicieron incendiando un tráiler en la carretera a Chapala y el segundo un camión en la Avenida Lázaro Cárdenas, frente al entonces recién inaugurado Puente Atirantado. La mayoría de los medios decidieron darle la primera plana, fotos enormes del suceso inédito. En el más reciente bloqueo en San Juan de los Lagos los medios dimos cuenta de ello como un suceso más y los automovilistas rodeaban el camión en llamas como quien esquiva un bache.Cuando aparecieron los primeros ataques con armas largas y rifles de repetición, parte esencial de las noticias en la nota roja era hablar de las AK-47, seguido de la muletilla “mejor conocidas como cuernos de chivo”. Hoy la mayoría de los tapatíos dicen conocer la diferencia entre una seguidilla de tiros hechos con metralleta y una sucesión de cohetones para festejar a la Virgen de Zapopan o al santo en turno. Los escuchamos con la misma bárbara normalidad.El brutal ataque con minas terrestres en contra de policías y civiles es un paso hacia adelante en la escalada de terror. Usar como señuelo la búsqueda de personas desaparecidas -de acuerdo a la versión oficial- lleva implícito un mensaje terrible: no busquen. Aunque las madres buscadoras dicen no haber sido ellas las transmisoras del mensaje y hay muchas cosas por explicar de parte de las autoridades (como por qué salieron a buscar de noche y qué hacían adolescentes y civiles en un operativo), usar minas terrestres lleva otro mensaje igualmente delicado: ellos controlan el territorio; son ellos y no la autoridad quienes ponen los límites.En la respuesta que demos como sociedad y como Gobierno a este ataque nos jugamos la forma de vivir en el futuro. Si no hay una respuesta contundente desde los gobiernos estatal y federal que ponga límites a este tipo de ataques, nuestras policías y nosotros mismos viviremos con ese miedo, con otro miedo añadido a los muchos que ya tenemos.El crimen organizado sabe que la mayor debilidad de los gobiernos son los momentos electorales. Que hoy la respuesta del Estado está condicionada, más condicionada que en otros momentos, por consideraciones políticas. Lo peor que podríamos hacer es dejar de buscar o incluso dejar de responder las denuncias ciudadanas porque todas pueden ser una trampa. Hoy más que nunca hay que buscar a los desaparecidos, apoyar a los familiares y perseguir judicialmente a los perpetradores de las desapariciones. Hoy lo mejor que podemos hacer por nuestros policías es encontrar y procesar a quienes arteramente les tendieron la trampa. Hoy lo mejor que podemos hacer por nosotros mismos es exigir a nuestras autoridades una respuesta. El que normaliza pierde.diego.petersen@informador.com.mx