Era una tarde calurosa de abril en Guadalajara en plena semana de Pascua. La ciudad estaba amodorrada; las vacaciones escolares y el inclemente sol transmitían pesadez en una ciudad que en aquellos años noventa comenzaba a discutir cómo dar el brinco de provinciana a metrópoli. Siglo 21 era un periódico nuevo, lleno de novatos, con más enjundia que oficio. Ahí estábamos. Fue Manuel Baeza, hoy director de Milenio Jalisco, quien pasó la alerta: dicen en Radio Metrópoli que huele a gasolina en las calles del sector Reforma, una de los cuatro secciones en las que administrativamente se dividía la ciudad.Nos fuimos a cubrir la nota Alejandra Xanic (reportera), Angélica Jurado (fotógrafa) y yo. La calle Gante estaba cerrada. Los vecinos se quejaban de un intenso y desagradable olor a gasolina en las cañerías de sus casas. Preferían estar en la calle, huyendo de las náuseas por el hedor a hidrocarburo. Un funcionario del Sistema de Agua y Alcantarillado (SIAPA) sentado en media calle con las piernas colgando dentro de una boca de inspección nos confirma que habían detectado explosividad, pero él solo estaba aprovechando que la calle había sido cerrada por los bomberos de Guadalajara para limpiar las válvulas. Los que saben son los de Pemex, comentó señalando a tres personas que, tiradas panza abajo, metían medio cuerpo al drenaje, los brazos estirados sosteniendo en sus manos extraños aparatos. -¿Ustedes son de Pemex? Preguntamos para sacar conversación. - No, contestó inmediatamente el que parecía ser el jefe y que más tarde reconoceríamos como el encargado de seguridad de la planta de distribución de la paraestatal en Guadalajara. Nos quedamos de mirones, tratando de entender aquellos aparatos que, unos minutos después, más relajado, el mismo funcionario de Pemex nos explicó que se llamaban explosímetros, que capturaban los gases con una delgada manguera que introducían en la boca del drenaje y medían el riesgo de explosión. - Sí hay explosividad, continuó mostrando la aguja del aparato que marcaba 60 por ciento, pero nos faltan mangueras más largas para llegar hasta el ducto.Horas más tarde el radio del jefe de Protección Civil y Bomberos, el Mayor Trinidad López Rivas, alertó que el origen parecía estar en la parte más alta de la cuenca, sobre la avenida R. Michel. Nos subimos de polizones a la camioneta del Mayor para no perder la nota. Otro grupo de Pemex media la presencia de gases en las alcantarillas de aquella zona: en una de ellas había cien por ciento de explosividad; la siguiente, aguas arriba, marcaba cero. Cinco horas de búsqueda después se había encontrado el punto de origen de la emergencia. Frente a él estaba la aceitera La Central. Se ordenó detener la producción en la fábrica y lavar el ducto.En vísperas de la tragedia todos -periodistas, bomberos, funcionarios del SIAPA, autoridades estatales y municipales- nos fuimos a dormir pensando que el problema estaba resuelto. Todos, excepto los funcionarios de Pemex: ellos sí sabían lo que estaba pasando.diego.petersen@informador.com.mx