Atmosféricas. Prosiguen los pájaros sus interminables alabanzas. Cantan para sí mismos y cantan para todos interpretando con sin igual certeza los tonos del día que transcurre. Uno toma de repente la voz cantante y emprende un largo solo que se extingue poco a poco mientras el rumor de la ciudad regresa con mayor encono. La luz alarga su latitud y es la cuaresma que parsimoniosamente transcurre. El jardín hace sus preparaciones para el estiaje y almacena sus savias, o las derrama ya, al compás de la primavera que avanza.**Apulco. El camino serpentea sierra abajo. Luego, en toda su majestad aparece el Llano Grande. La vista se pierde en el horizonte bajo una luz meridiana, el caserío se recoge bajo sus mismos límites. Frente a una plaza triangular se levanta, restaurada, lo que fue la hacienda de los Rulfo. En otro lado del triángulo la iglesia del pueblo alza su estatura y su intemporal dignidad. Y unos portales hospitalarios cierran la composición. Colinda la plaza mayor con su infaltable kiosco y otros añosos portales. La voz de Rulfo va diciendo uno de sus más indelebles cuentos: Luvina. Y el viaje se ahonda en la memoria.**La casa revisitada. Parece ayer cuando no fue más que enfrentarse al anchuroso horizonte, a una pendiente propicia extendida sobre una loma que da al sur. Los volcanes ejercían, al fondo, todo su poderío. Luego los nobles ladrillos, la piedra fiel que formó los lienzos precisos. Ir y regresar y volver otra vez. Reconocer la invención fulgurante, las visiones que los nuevos pobladores del paraje fueron transmitiendo, el posar sobre una extensión generosa las partes de la composición. Lo demás lo darán los años, el correr de la vida. Y regresar cada vez.**San Gabriel. Existen allí, en las lindes del pueblo unos silos que parecen que fueron sembrados desde siempre. Los conos apuntan a un cielo sus depuradas geometrías, y una fila de naves también de concreto parece esperar la señal de zarpar. El rincón donde un breve puente cruza el arroyo permanece idéntico a los recuerdos más remotos.**Sayula y su espectacular colección de portales sigue una vida apacible. La plaza de recortados ramajes atiende a la hora del mediodía. Dos señoras se encaminan rumbo a la Parroquia y dejan a su paso una estela de bondad y tranquilo talante que parece derramarse muy lejos.**De Octavio Paz:Andando por la luzAdelantas la pierna izquierda el día se detiene sonríe y se echa a andar ligero bajo el sol detenidoAdelantas la pierna derecha el sol camina más ligero a lo largo del día varado entre los árbolesCaminas altos senos andan los árboles te sigue el sol el día sale a tu encuentro el cielo inventa nubes súbitasjpalomar@informador.com.mx