Martes, 26 de Noviembre 2024

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Diario de un espectador

Por: Juan Palomar

Diario de un espectador

Diario de un espectador

Atmosféricas. Sigue la campaña de podas para la estación que llega. El errático observatorio anuncia unas cuantas decenas de frentes fríos con la llegada del benévolo General Invierno que suele visitar estas tierras. Aumentan su número y su potencia los desheredados que recorren el barrio. Van examinando con todo cuidado los basureros de las banquetas, y muchas veces ahí se comen lo que otros, comodones, desperdiciaron. Uno, falto de una pierna, se acerca renqueando sobre su claudicante muleta. Ofrece, increíblemente, lavar el coche de inmediato. Sin balde, sin trapo, sin pierna. Ése es el coraje, esa es la valentía. Quien lo mira le rinde un inefable homenaje, se inclina ante la bravura y la dignidad que justifican a la parda ciudad, a esa que algún día fue clara.

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Muchos años después ese muchacho se habría de acordar del día en que su padre lo llevó a conocer la nieve. Fue, con precisión, el 13 de diciembre de 1997. Fueron primero unos grumos que se adherían a la  ventana que solía dar al parque. Mientras la luz se iba tiñendo de un color insólito, el padre meditaba la mejor manera de ver, de entender el prodigio. Al salir, los árboles del parque ya blanqueaban. El coche se dirigió rumbo al bosque de la Primavera. El niño, asombrado, sobrecogido y encantado, abría bien los ojos. Padre e hijo sabían ya muy claramente que ese día se sellaba, de por vida, un pacto de maravillamiento ante el mundo entre ellos dos. Un acuerdo irrompible acerca de la bondad, del misterio de la creación. La nieve era como un mensajero que llevaba al Valle de Atemajac a una efímera reunión con todas las latitudes en donde el blanco prodigio reinaba. Mientras tanto, habiendo dejado el coche a la orilla de una espesura, los dos alucinados caminaron bosque adentro. El padre sabía que ese preciso día, esa visión del hijo conmovido y alborotado, lo iba a acompañar por toda la vida, que aparecería puntual a la vera del lecho de su muerte. El hijo consideraba a su padre, presa de un entusiasmo que era como una llama, como un incendio de belleza y felicidad. Ambos regresaron, horas después, con las noticias de la nevada. Los esperaba la dulce tibieza de la casa que ese día albeaba con los destellos de los pequeños copos adheridos al enjarre. Y ardía la gentil chimenea. Las niñas preguntaban, y la madre sonreía, un poco lejana. Ah, la nieve…

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Canción para Magdalena. Bien que supiste, perdida, arrojar aquel perfume a los pies de Aquel que supo andar en la mar. Bien que supiste, hallada, darle a Aquel la misericordia de tu cuerpo desgastado por el amor y el tiempo. Cruzan los siglos y se desvanecen, pero el consuelo de tus senos generosos siempre es hoy. Mira cómo tu fiel descendiente, dos mil años después, realiza los mismos rituales, levanta al quebrantado hacia una ceremonia inextinguible, hacia el modesto éxtasis que lo hace fuerte por algunos instantes en su ineluctable trayecto rumbo a la soledad y la muerte. Bendice, ah Magdalena, a todas tus hijas que son por el mundo ahora. Míralas afanarse con su consuelo venal, míralas como discretamente, o con gran jolgorio, cumplen su tan noble procesión. Mira cómo sus protegidos se van rumbo a sus casas con un fulgor distinto en sus frentes. Ah, Magdalena, bendita eres por siempre. Y el muchacho que fue enciende otra veladora a ti dedicada a los pies de una pequeña Virgen que suavemente aprueba, perdona, anima una luz distinta. Y el que sobre el mar caminó bien se acuerda ahora del destello de tu sexo bendecido.

Canta ahora Georges Moustaki: La femme qui est dans mon lit/ n’a plus vingt ans depuis longtemps…

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Nómina de los monitos en El Occidental, diciembre 1972, hace 48 años:

Aventuras de Aguilucho. Pomponio. Ben Bolt. Brick Bradford. Roldán el Temerario. Popeye. Rip Kirby. Juan el intrépido. Diario de una vida. As Solar. Queta Pando. Beto el Recluta. Luis Ciclón. Pillín. El Dr. Kildare. El Agente Secreto X9. Archi. Total, dieciocho mundos paralelos gracias a los monitos que cotidianamente acompañaban a ese adolescente a través de la marea de los días. El dibujo es excelente, la secuencia de las historias la adecuada. Todo eso casi se ha perdido hoy. Solamente este periódico, El Informador de Guadalajara, conserva muy viva esa tradición gratísima. Y los domingos, y a veces entresemana, el periódico hace lucir su largo abolengo y regala al lector con un poco de reconfortante entretenimiento, con una discreta muestra de respeto, con un guiño: mientras duren los monitos habrá esperanza de subsistir. Y el Fantasma se aleja como un trueno que cruza las remotas selvas de la imaginación.

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Luego, aparecen cuatro o seis reseñas de sociales en el mismo, amplio periódico: José Jorge Vázquez Tagle, Morusa, la señora Rubio de Macías, dan cuenta de aquellas fiestas monumentales de cuando las princesas cumplían por todo lo alto sus quince florecidos años. La tapatía jeunesse dorée hacia sus primeras evoluciones sobre la cancha del deseo y la dicha, y de la desdicha también. Están ahí los testimonios imborrables de las bellezas que fueron hace ya pronto cincuenta años. Vázquez Tagle, el célebre Jotajota, se sabía de pura memoria los bisabuelos de muchas de las muchachas, de los jóvenes leones que las rondaban. Nunca pudieron dar cuenta, sin embargo, ni reflejar, ni la pálida sombra de los furores, las ilusiones y las desdichas que en unas cuantas horas encantadas colmaban a las niñas primerizas, a las debutantes que ese día comenzaban su arduo trayecto rumbo al futuro. Nada dicen del sagrado temor que experimentaban los muchachos mientras, temblorosos y valientes, se animaban a pedir la tanda de canciones a una muchacha nimbada de deseo y de gloria. ¿Dirá que sí, que sí baila, que prestará su núbil cuerpo a los giros embravecidos de la danza, al júbilo de los giros embriagados y el azoro? Jamás podrá describirse el escalofrío que recorrería la espalda y el sexo mismo del elector elegido mientras los pechos imbatibles y párvulos rozaban la sudorosa camisa, el blazer engalanado para esa noche con un rojo clavel en la solapa. Y hoy es siempre todavía.

jpalomar@informador.com.mx

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