Viernes, 29 de Noviembre 2024

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Diario de un espectador

Por: Juan Palomar

Diario de un espectador

Diario de un espectador

Atmosféricas. Zorba el joven y el tiempo. Se le va, y más que lo sabe. Se desangra a cada día y la hemorragia va desde su corazón a sus asuntos. Tantas muchachas que ver y el trecho ya parece tan corto. Tanto motel que inaugurar, tequilas que tomarse, amigos que abrazar, bicicletas que conducir como se guían los caballos pura sangre. Zorba menea la cabeza y toma el teléfono. Platica con la princesa en cuestión, la tranquiliza, le habla como se habla nomás con las palomas, la cita puntualmente para esa tarde. Business as usual.

Por mientras, Zorba ya realizó una redistritación de los jardines domésticos. Él cuenta siete, por más que insiste en guardar el secreto de dónde estará el séptimo sello, ah Bergman. A saber: el de la calle, el de la otra calle, la selva, el llanito, la bugambilia, las inscripciones y las espinas. Se mueve como un crack sobre la grama y echa a perder a veces helechos casi centenarios. Rapó recientemente al plúmbago primero y a la bugambilia después. El viejo tronco del magnolio seco, sobre el que se afanaba el plúmbago, se derrumbó encima de la ermita invernadero con casi pérdida total. Zorba es especialista en pérdidas totales, como sucedió hace poco con el battered coche doméstico. Zorba se ríe y trabaja encantado en inciertos designios. Pero Zorba sabe. Es la felicidad en dos patas.

Los pájaros dorados se siguen comiendo la comida del gato. En buena hora. Son furtivos y elegantísimos, como ciertas mujeres que nunca quieren ir a comer, menos a dormir.

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A paso de carga calle arriba avanza la infantería de los príncipes de la ciudad. Son tres quienes caminan, y el cuarto es llevado en una silla de ruedas de fortuna. Llevan terciadas las cobijas que caracterizan a quienes saben dormir a calle abierta. Van por media calle a risa y risa. Son los legítimos dueños de todo este cochinero, de todo este reino que estaba para ellos. Que está para, precisamente, ellos.

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Otro convoy. Una señora de noventa años sobre la silla de ruedas. La propulsa otra señora como de ochenta años y, como emperatrices, reciben la limosna como haciéndole a quien la da un favor. Y sí, es un favor muy grande recibir la maravilla de entereza y coraje de las dos señoras. Además son elegantísimas y ganas tuvieran tantas mujeres tapatías y pretensiosas de llegarles a los talones. Pero hay preocupación en el barrio: el convoy no ha sido avistado en estas últimas semanas. Auxilio.

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Por favor que alguien más oiga a la superbanda noruega Madrugada.

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Ennio Morricone, muy in memoriam de un gentil y tempestuoso genio total. Oír cuarenta veces seguidas el definitivo soundtrack de los jesuitas, de quienes quisimos serlo, de quienes lo somos: La misión.

jpalomar@informador.com.mx

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