Atmosféricas. Mañanas luminosas, tardes grises bajo un manto de nubes: es la estación cuando hace ya años, se volvía a la escuela, a las rutinas y los ritmos de la vida arduamente aprendidos. Días que se hacían más largos, después de las vacaciones grandes que parecían no tener término. Tan breve todo aquello, tan imborrables las marcas que los veranos fueron dejando tras de sí. Por mientras, el gato merodea reclamando la medida del sustento diario y los pájaros, avezados, se atreven a demorarse bajo la pérgola. El plúmbago inclinó, merced a un duro aguacero, sus frondas contra el jardín. Faenas a hacer, pendientes a ir resolviendo en el filo de los días.**Cuatro imágenes. Un ilustrador de excepción, Chris Van Allsburgh cuenta, a partir de dibujos de una extrema finura, doce historias extraordinarias. No por su estridencia o espectacularidad, sino por los sutiles velos de la imaginación que la imagen convoca. Su método es enunciar un título, luego una frase clave. El procedimiento inverso, a ensayar, parte de una descripción de la estampa, y llega por otros caminos al título presentado, a la frase que termina por encerrar el pequeño prodigio descrito. Es un lugar común decir que una imagen dice más que mil palabras, Tal vez no sea un disparate tratar, con unas cuantas frases lo que el universo encantado de Van Allsburgh propone.Una penumbra vuelve grisáceo el aire de la habitación, un pequeño velero boga sobre el muro al que se arrima una cama. El velero tiene ya su estampa definida en otras ilustraciones que seguramente pueblan la imaginación de ese niño que ahora duerme, con la ventana abierta: seguramente es verano. Las cobijas forman una suave topografía. De la oscuridad del jardín emergen poco a poco una serie de esferas luminosas. Su tenue resplandor apenas alumbra la cabecera, la lámpara apagada, un entrevero de la cara del niño. Y, en el aire, una dulce pregunta: “¿Es él?”. Por supuesto que lo es, ese niño que ahora sueña que unas esferas irreales entran, bogando en el aire tibio, a su cuarto. El cuadro se llama: “Archie Smith, niño maravilla.”Un señor -sería el padre del niño de las esferas- afronta un reiterado e inexplicable fenómeno. Ladeando una mesita cuya lámpara está por caer, un bulto insospechado hace su recorrido bajo la alfombra. El brillo de los espejuelos del señor acentúa su extrañeza, enfocan una cara en el que la incredulidad y el asombro se mezclan. Blande en todo lo alto, a manera de arma contra lo inexplicable, una silla. Pero el instante que sigue es desconocido: ¿habrá una revelación, o estará el escurridizo bulto jugando con el ánimo del señor de los lentes? La escena se llama “Debajo de la alfombra”, y en la única frase que sigue hay otro dato, que le da secuencia y hondura al fenómeno: “Pasaron dos semanas y volvió a suceder”.Dos niños al borde del agua iridiscente. Sobre su superficie hay una serie de brillos que quizá acusan un mediodía soleado. Los niños están inmóviles ante el misterio. Juegan a lanzar piedras planas que se van rebotando sobre el agua hasta que al final se hunden. Lo han hecho ya dos veces y tienen tomada la medida de sus lanzamientos. Pero, ahora, la niña es la imagen del asombro, mientras, al frente, el niño lanzador queda como paralizado. Es que la última piedra, sin explicación alguna, ha regresado a sus pies. Es “Un extraño día de julio” en el que el niño “Lanzó con todas sus fuerzas, pero la tercera piedra rebotó de regreso:”jpalomar@informador.com.mx