Lunes, 25 de Noviembre 2024

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Diario de un espectador

Por: Juan Palomar

Diario de un espectador

Diario de un espectador

Atmosféricas. Vino, largamente, preparando su vigilia. No dejó –la Providencia nunca deja nada- ningún elemento que preparar. Fundió en un lento torbellino todos los morados, todas las lunas, toda la amarga canción por los amores perdidos, toda la música en el silbido del aire en los bambús. Tipontate en sus vísperas, que vienen ahora más allá de las seis décadas. A todo volumen Bach y su réquiem, Jesucristo Superestrella que cumple medio siglo, Godspell, Fray Asinello recitado por Juan Rulfo o Juan José Arreola, Sufjan Stevens, Genesis, Corto Maltés y sus preguntas de diario, siempre Marco Aurelio. Y el hilo del teléfono a la casa verde y el triángulo griego que nunca desmaya.

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Era el mar. Y era ella en el doloroso filo de toda su belleza. Era la tarde declinando como un gran árbol que, recién talado, inclina la majestad de su follaje ante el mundo.

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Tarde de viernes santo junto a la laguna. Esto contó el que pasa. Dice que en un arrabal de Nestípa encontró un sol de justicia y una calle de tierra y desierta. Nadie más que él para detenerse ante un mínimo altar recargado en un jacal. El altar, dice, era suntuoso, y bien pudiera ser mirado por Francisco: un pliego de papel de china, una cartulina aderezada exquisitamente por al menos dos caligrafías infantiles, unas palmas. Y una cruz de refinada factura cubierta de estrellas como las que se le ponen en el colegio a los niños bien portados. Ese altar bien podría ser el ganador de un concurso celebrado al efecto tout autour del baldaquino de Bernini. Y enseñar entonces, una vez más, ah Saint-Ex, que lo que al final importa es el corazón.

Pero eso no era todo. Alguien había dejado sobre el mantel de plástico cuadriculado en rojo una hoja de papel arrancada de algún cuaderno. El que pasa, dice, la desdobló y leyó lo que aquí se transcribe, autoría de quien ahora se conoce como el vate de Nestípa.

ira cómo es el aire
aleve que va pasando
ira cómo es de hierro su paciencia
ira como sabe aguardarse
como lo hacen los guerreros idos
fíjate cómo es ladino
y llega luego como un querido perro viejo
y tú le das una distraída bienvenida
mientras prosigues tus torvos acertijos
y le acaricias el lomo
pero ira cómo es el aire luego
comienza a levantar tímidamente tu nagua
y lo dejas fatalmente hacer
hasta que en el instante en que menos piensas
la nagua ya no está y eres ya tú
presa de un furor que jamás imaginaste
y acaricias tus pechos como nunca lo has hecho
y llegas al delirio una vez y otra y una más
no te diste cuenta de cuándo se fue el aire
ocupado ahora quizás
en buscar la nagua, la almendra
y el corazón de otra mujer.

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Existen aún, entre ciertos señores ingleses, particularmente de la aristocracia rural, algunas aparentemente curiosas costumbres. Entre ellas la del radical menosprecio de lo nuevo y lo brilloso y lo llamativo: ropa, zapatos, coches, casas... Contaba un señor que ya no está que hasta había la práctica que consistía en, cuando había finalmente que sustituir un ya demasiado raído saco de buen tweed, que podía haber dado veinte años de activo servicio, escogían y compraban, al fin, otro de la misma excelente calidad.  Acto seguido ordenaban a su valet, o a alguien de su servicio, que colgaran el saco de un árbol en el jardín, le llenaran de piedras los bolsillos (como Virginia Woolf), y lo dejaran allí dos meses. Entonces, ya planchado, el señor del caso accedía a estrenarlo. Con los zapatos era igual: tres meses –por lo menos- que el valet los usara, para entonces calzarlos. Eso contaba un señor que ya no está, quien además decía que el verdadero dandy era quien estaba tan bien vestido que no se notaba. El doméstico Kublai Can olisquea largamente un saco de ese señor puesto al sol sobre un capitel para que su uso sea más grato en estas mañanas frías. Su muy fino olfato quizá reconozca así el genio y la figura de quien tan bien supo portarlo durante décadas. Tribulaciones, trayectos y alboradas que correspondieron al anterior dueño le son milagrosamente reveladas al fiel can. Y luego las incorpora como si nada a sus alegres correrías, a sus silencios y sus ladridos alborotados, a las horas de atento reposo vigilante debajo de la mesa de dibujo. Y misteriosamente van entregando el recuerdo, entregando estas líneas, estas rayas.

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Poema amargoso del abandonado que busca como un lobo el contagio, la infección, la salida del laberinto que nomás lo va desollando. Ya.
 

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