Viernes, 22 de Noviembre 2024

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Diario de un espectador

Por: Juan Palomar

Diario de un espectador

Diario de un espectador

Atmosféricas. Tornadizo, el aire recorre la ciudad alborotando las frondas y arrastrando en sus trayectos hojas secas y leves polvaredas que dan cuenta de la estación. Un pájaro de raros tonos de verde hace del jardín, por un breve intervalo, su dominio. Las noches se ven surcadas por músicas y conversaciones que dan razón de la indispensable presencia del silencio. Otro pájaro, ya de mañana, silba su júbilo para inaugurar el día.

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Caminar la ciudad es un ejercicio de memoria y de constatación de las mudanzas que en ella han acarreado los años. Una casa que resiste, serena, a los avatares del vecindario; otros lugares que cambiaron ya sus entornos en la corriente inexorable de su destino. Banquetas que son ahora el borde mismo del recuerdo y la permanencia. Los transeúntes apuran el paso, avanzan rumbo a sus destinos. Pero algunos se demoran, consideran la tarde, encuentran la pausa que los liga fugazmente con la ciudad que, en ese día, toma la forma de sus miradas.

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Dos lanzas levantan ahora el filo de su clara vocación. Guardar para la constante fugacidad del tiempo el testimonio de su bravura, de su leal duración. Es incierta su proveniencia, solamente se sabe que a su sombra tremolaron orgullosas banderas, ánimos soliviantados por la urgencia de la hora. No es esto más que una metáfora que ambos objetos ahora entregan, pacientes guardianes del transcurrir de los días en una habitación. Las lanzas recorrieron, sin duda, otros lugares de recogimiento y estudio, han sido el motivo de lejanas reflexiones, de sólidos propósitos de continuar calladas y firmes trayectorias a lo largo de otros derroteros.

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Conversaciones sobre el filo de los días. Llegan de lejos y de cerca las noticias, las invariables muestras de una fraternidad que resiste y crece. Un largo tejido, irrompible y vivo, sostiene entre sus vueltas el devenir de los años. Grandes propósitos que continúan su camino, pequeñas noticias que alientan el corazón. Recados de un pasado que da asiento y señal de que las navegaciones prosperan, de que los mañanas seguirán alimentando con sus circunstancias pasajeras a la clara e imprevisible trama del tiempo que vendrá.

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De Rafael Alberti:
Paseaba con un dejo de azucena que piensa,
casi de pájaro que sabe ha de nacer.
Mirándose sin verse a una luna que le hacía espejo el sueño
y a un silencio de nieve que le elevaba los pies.
A un silencio asomada.
Era anterior el arpa, a la lluvia y a las palabras.
No sabía.
Blanca alumna del aire,
Temblaba con las estrellas, con la flor y los árboles.
Su tallo, su verde talle.
Con las estrellas mías
que, ignorantes de todo,
por cavar dos lagunas en sus ojos
la ahogaron en dos mares.
Y recuerdo…

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Tardes entre el olor del aserrín, el fiel trasunto del cedro. El carpintero se inclinaba sobre sus afanes con la inmemorial paciencia de su oficio. Poco a poco iban emergiendo los inventos, primero titubeantes, luego convertidos en los ingenios que mucho se meditaron. Podía ser un ingenuo juguete, o la reconstrucción de algún mueble en larga decadencia. Allí, sobre ese banco, convergían los saberes que el aprendiz iba entendiendo. La más alta enseñanza: la fidelidad a las labores bien hechas, la persistencia en un esfuerzo cabalmente razonado, la destreza que nomás da la entrega sin concesiones al trabajo constante.

jpalomar@informador.com.mx

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