Viernes, 22 de Noviembre 2024

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Diario de un espectador

Por: Juan Palomar

Diario de un espectador

Diario de un espectador

Atmosféricas. La presencia de septiembre confirma que el año, y la vida, se van a terminar. Van a alargarse las sombras y los días se volverán más pálidos. No volverán, es cierto, las mismas golondrinas, y el trayecto a la Germania cada vez se alarga. Persistentes las sombras, duran obstinadas en dejar respirar la amanecida. Nada que sorprenda, todo que asombra. El joven Kublai Can insiste en dar alborozada caza al gato. Éste ha encontrado el único refugio posible contra el asedio: las ramas del jardín, a media altura entre el piso del corredor y el piso de la terraza. Gato rampante es ahora su nombre, preferible a ser el gato demediado, partido por los inexpertos y voraces colmillos del can. Zorba el jardinero se abstrae olímpicamente de la trifulca. Destina sus días a acarrear guayabas desde su casa, a transportar hacia allá toda suerte de hallazgos. Valentín el vigía del barrio reporta, por lo pronto, razonable tranquilidad.

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¿Who’s afraid of Susana Sanjuan? No existe, tal vez, en la literatura contemporánea, una presencia femenina de tal potencia, de tal venenosa sutileza. Es apenas un esbozo, unos pocos diálogos, ciertos apuntes tomados como al paso. Pero allí está, indeleble, arquetipo, mujer única, portadora de la paz y del delirio. Susana Sanjuan, la del nombre magnético, determinado por la precisión quirúrgica con la que Rulfo escogía los apelativos, indistinguibles desde el principio de la persona de sus protagonistas y arteramente certeros. ¿Quién le teme a Susana Sanjuan? Todo lo que alienta. Porque es la parca y la diosa, es Helena la de Troya caminando sobre el páramo, es la musa dulcísima que el relato esconde, es una desaparecida, y es la aparición misma de la gracia, la compasión y la dicha siempre en fuga.

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Dos relatos oídos en el café: “Razones ignotas llevaron a que el perro quedara encerrado en una jaula de hierro en la que apenas cabía. Nadie parecía encontrar manera de sacar de allí al can desdichado. Atinaron, en cambio, a medio darle de comer, a echarle de cuando en vez miradas de conmiseración, distraídas palabras de ánimo. Pero el perro porfió, y semanas después fue misteriosamente liberado: la trampa se abrió de repente. Como una centella salió de su captura el animal. Ladridos enloquecidos de gusto, carreras absurdas, daños menores en el jardín, observadores salpicados de gusto y babas. Lo curioso es que los que observaban la reacción quedaron sorprendidos por tanto alboroto, y meneaban la cabeza con reprobación. Parecían esperar que la bestia saliera modosita y discretamente risueña a realizar sus rutinas acostumbradas. Otra cosa aprendieron a la tercera tarascada cariñosa. Atinaron, eso sí, a cuidar que el jubiloso no se desbarrancara en el pozo del final del jardín. A lo que se sabe, el perro cada vez entiende menos a la gente y aúlla de angustia cuando sueña con la jaula.”

“De un jacalón en llamas logra salir el prisionero. Burning man, bladerunner en el incendio, dicen que parecía. Tiznado, el pelo de lumbre, un brazo en brasas. Revolcándose, arrastrándose cruzó el umbral. Quienes esperaban el desenlace consideraron la piltrafa, la antorcha viviente que solían conocer como un hombre más. Prorrumpieron luego en reproches para el quemado: que cómo era posible que tanto los mortificara saliendo de sus incendios. Que alguna consideración había de tener con los espectadores de tal drama, que por lo menos durara menos en salir del trance, que ellos también se quemaban… El chamuscado, recuperando un poco el aliento atina a decir a alguno de los presentes que si no habría modo de conseguirle el manual de urbanidad y buenas maneras para los calcinados por la vida. Más muecas reprobatorias, qué chamuscado tan insolente, tan falto de conmiseración por las angustias que provoca medio muriéndose a cada rato. Azorado, el de las llamas busca de balde un abrazo sencillo y llano, alguien con un pomo de agua oxigenada, otro con agua fría. Quizá está totalmente equivocado y no hay lugar en este sitio para quienes se incendian, sino para los de combustión discreta y con horario. Tal vez pensaba luego en buscar lugares distantes para encontrar, escuetamente, la inevitable piromanía que, para algunos, Dios dispone.”

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Haber sido contemporáneo de los Beatles es un señalado honor. Saber que el día que sacaron a la luz su disco Revolver, a esa precisa hora, se entraba al kínder de doña María de Carmen. O que mientras cruzaban Abbey Road se cruzaba rumbo al camellón de Lafayette en busca de una precisa muchacha (que nunca estaba).

De Revolver, una de las mejores canciones del siglo XX. Se llama, Para nadie. Va una muy libre traducción.

Rompe tu día, duele tu alma
Hallas que sus palabras de bondad persisten
Cuando ya no te necesita
Y despierta y se arregla
Toma su tiempo y no tiene prisa

Y en sus ojos no ves nada
Ninguna señal de amor detrás de sus lágrimas
Lloradas por nadie
Un amor que debió durar por años

La deseas, la necesitas
Y sin embargo no le crees si dice que su amor ha muerto
Y crees que te necesita

Te quedas en la casa, ella sale
Dice que hace mucho que conoció a alguien
Pero se ha ido ahora, ella no lo ocupa
Tu día rompe, duele tu alma
Habrá veces cuando todo lo que dijo llenará tu mente
No la habrás de olvidar

Y en sus ojos no ves nada
Ninguna señal de amor detrás de sus lágrimas
Lloradas por nadie
Un amor que debió haber durado años

jpalomar@informador.com.mx

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