Sábado, 23 de Noviembre 2024

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Diario de un espectador

Por: Juan Palomar

Diario de un espectador

Diario de un espectador

Atmosféricas. Entre el amplio trato del maestro jardinero con las frondas variadas no es extraño que sus cuidados resulten para él en hallazgos singulares, nimbados de una tranquila inocencia. Es así que de repente aparece y entrega con toda seriedad, no exenta de zumbona alegría, la figurita que forma un pequeño nudo de la enredadera. Muestra con paciencia como sus formas delatan un fantástico y familiar animal. El breve bestiario se ve así enriquecido. Unos ladridos alegres se elevan ahora desde el jardín, destrozos gentiles, carreras alborotadas, juguetonas y lastimeras quejas. El gato impasible conserva toda la majestad de sus dominios, consiente con orgullo mudanzas y advenimientos. Avanzan las químicas del jardín, la reunión de sus elementos: espera con paciencia los calores, concentra sus esfuerzos en seguir adelante. Y florea agradecido.

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Billy Vaughn: Tema de un lugar de verano. Hay músicas que dan, misteriosamente, forma y materialidad a los años, y aun a las décadas. Un lugar del verano: transposición de estaciones que cruzan geografías y ánimos. Un piano obstinado abre la composición, y una suave melodía introduce el clima y las imágenes de todas las felices temporadas estivales. Era el final de los años cincuenta del siglo pasado, o el inicio de la siguiente década, y muchas cosas sucedían, inquietantes o inesperadas. Los niños que encontraban en el radio un confín mágico, inmediato y remoto, captaban con sin igual intensidad los sonidos de la época. Enigmáticas canciones habrían de acompañarlos de por vida. Como la de un lugar del verano, tan breve, que supo resonar a través de los tiempos con sus largas ondas expansivas, con la imborrable dicha que en ella se cifra.

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El primero de los Two English Poems de Jorge Luis Borges, fechados en 1934, en una versión conjetural.

La inútil aurora me halla en una esquina desierta; he sobrevivido a la noche.

Las noches son orgullosas olas; azul profundo con pesadas crestas,

cargadas con todos los matices de la honda disolución, cargadas con

cosas impensables y deseadas.

Las noches tienen una costumbre de regalos misteriosos y de rechazos,

de cosas a medias entregadas, a mitad retenidas,

de gozos con un oscuro hemisferio. Así proceden las noches, te digo.

La creciente, esa noche, me dejó con las habituales briznas

y fragmentos: algunos odiados amigos para hablar,

música para los sueños, y el humo

de cenizas amargas. Cosas para las que mi hambriento corazón

no tiene respuesta.

La gran ola te trajo.

Palabras, cualquier palabra, tu risa; y tú tan displicente

y sin cesar tan bella. Hablamos y tú

has olvidado las palabras.

La despiadada aurora me encuentra en una vacía calle

de mi ciudad.

Tu perfil vuelto a lo lejos, los sonidos que se van

forman tu nombre, el filo de tu risa:

son estos los ilustres juguetes que me dejaste.

Los examino en el amanecer, los pierdo, los encuentro;

los digo a unos cuantos perros vagabundos y a las pocas estrellas errantes del amanecer.

Tu oscura y rica vida…

Tengo de algún modo que llegar a ti;

dejo esos ilustres juguetes que me dejaste, quiero tu oculta apariencia,

tu verdadera sonrisa---esa solitaria

 burlona sonrisa que tu frío espejo mira.

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Proyectos que se esfuerzan en avanzar, distancias abolidas, el tiempo que fluye entre encuentros y noticias. El corredor al caer la tarde es una estratagema del tiempo, que así, al filo de las conversaciones, vuelve. Recuerdos de una casa en el norte levantada hace ya muchos años, alimentada a través de sus edades por el fulgor y la gracia. Intactos llegan ahora los afanes de entonces, los vuelos maravillados por la agreste geografía, el cargamento de dibujos y designios largamente acordados y que saben mantener su vigencia. Todo esto es convocado al correr de las frases, a la aparición de la risa, de la añoranza y del vislumbre de lo que viene. Queda sin embargo la duración victoriosa a través de las estaciones, las pruebas vencidas, el atisbo de un futuro venturoso.

Y la entusiasta vibración de las empresas a intentar, de los logros cumplidos. En el cuarto de los libros, largamente son convocadas las historias, las posibilidades que de alguna manera existen, las certezas con las cuales contar. Como un navío que arma sus componentes y reúne sus fuerzas, desciende entonces la visión, el proyecto que habrá de justificar todos los empeños.

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Conversaciones de la ciudad. El gremio de los taxistas abunda de repente en personalidades más que recordables. Las calles arden con el calor de la hora y despiden un vaho indeciso. El conductor cuenta una ardua historia de más de medio siglo de aplicarse en su oficio. Relata trabajos y desventuras, pero su bonhomía y su socarrón sentido del humor dan cuenta de una vida de discretos, cotidianos triunfos. Con probada habilidad se mueve en el tráfico enmarañado, habla de temas diversos, se despide con amable señorío.

jpalomar@informador.com.mx

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