Atmosféricas. Las estrategias del viejo jardinero. Es un prominente sabio. Inventó una muy inteligente y económica -o sea elegante- manera de regar el prado. En un llanito pelón a fuerza de futbol, conocido ya como el Bajío del Arenal doméstico, deja chorreando la manguera en el piso. Se hace entonces considerable, y al principio alarmante, charco. Interrogado al respecto, el Maestro Palacios explicó pacientemente: “mire arquitecto, la cosa es que así es como mejor cunde el agua, por debajo, y fíjese cómo tengo todo el prado verde.” Silencio estupefacto: qué lección. La petra, que se infiltró a través de la gran bugambilia y asomó así su color de milagrería, formó una composición colorística con los tonos de la otra planta absolutamente recordable. Ahora ya la petra se retiró con ladina táctica y la bugambilia recuperó su voz cantante. Los pájaros le cantan a la gloria de Dios.**Escandaloso elogio de Maná. Después de los Spiders, de la Fachada de Piedra y la de Carlos Santana, Maná es la banda más importante que ha dado Jalisco. Así nomás. Lo que pasa es que el conocido fenómeno del balde de los cangrejos ha hecho a Maná invisible y ninguneado por la patética bienpensantía musical del municipio espeso. Vamos, Maná es un supergrupo, que toca buen rock, algo pop si se quiere, pero lo hace muy bien. Recuérdese por un momento que los mismísimos Beatles, en ratos, eran una banda pop. Maná es adictivo. El Muelle de San Blas es una de las mejores canciones -además basada en una leyenda y un hecho real- que se han compuesto en Jalisco. Es bien conocido que Maná es la banda de mayor proyección y éxito internacional que ha producido México. Todo esto, a la patética, le vale un cacahuate. Prefieren seguir oyendo lo mismo: o los portentosos Rolling Stones o la enfadosísima música electrónica. Además Maná hizo y sostiene su muy meritoria fundación Selva Negra. Luego, sus canciones han sido el alimento esencial de los tempranos años de tantos adolescentes, de ciertas muchachas calladas. Maná debiera recibir el Premio Jalisco.**Gracias a Jorge Villa Flores: Tengo tanto sentimientoque es frecuente persuadirmede que soy sentimental,mas reconozco, al medirme,que todo esto es pensamientoque yo no sentí al final.Tenemos, quienes vivimos,una vida que es vividay otra vida que es pensada,y la única en que existimoses la que está divididaentre la cierta y la errada.Mas a cuál de verdaderao errada el nombre convienenadie lo sabrá explicar;y vivimos de maneraque la vida que uno tienees la que él se ha de pensar.Fernando Pessoa**De aquél amor, de música ligera, nada nos libra, nada más queda.Paul Simon, bien se sabe, es un inmenso músico. Con Garfunkel o solo. Hace años que publicó una canción indeleble: Sesenta maneras de dejar a tu amante. De entrada, uno de los mejores títulos de canción que hay. Es como Trece maneras de mirar un mirlo, de Wallace Stevens. El caso es que las palabras de la canción de Simon llevan a todos los vericuetos de la memoria, cada vez que se la oye o se recuerda. Por la muerte de la deseada, por la muerte propia. Por el fuego, por el agua. Por la muralla del olvido o por la del orgullo. Por las abismales tonterías del triángulo verde, al borde del mar color de vino. Por la maldita costumbre o por la misma sobrevivencia. Por la bendita luz de tu mirada, ah rojizo resplandor. Por la vida asesina.**A los noventa y un años de su edad se murió ayer W.S. Merwin, en plena lucidez, plena producción. Era, muy posiblemente, el poeta más importante de los Estados Unidos. Este espectador manifiesta aquí su profunda tristeza. Hace mucho tiempo, María Palomar y Jorge Esquinca ganaron el premio nacional de traducción con su versión de La rosa náutica (The compass flower), con prólogo del lamentado Manuel Ulacia -quien se ahogó en el mar- y edición del Tucán de Virginia. Merwin se murió en Hawai, en donde formó un maravilloso jardín botánico a sus costas y en donde creó la mayor colección de palmeras del mundo.Un poema que ha visitado estas páginas más de una vez, un hallazgo universal, un himno para los que nos vamos a morir y aquí saludamos:Para el aniversario de mi muerteW.S. Merwin (1927-2019)Versión de Jorge EsquincaCada año sin saberlo he pasado el díaEn que las últimas luces me dirán adiósY se asiente el silencioViajero incansableComo el haz de una estrella sin luzEntonces ya nunca másMe encontraré en la vida como en una prenda extrañaSorprendido en la tierraY el amor de una mujerY la desvergüenza de los hombresComo hoy que escribo luego de tres días de lluviaEscuchando el canto del mirlo y la lluvia que acabaY haciendo una reverencia sin saber a quéSe podría especular a quién Merwin hacía una reverencia. A lo mejor -nomás a lo mejor- a Aquél que caminó sobre el agua. O a una mujer de sombra y polvo y gloria. A la guadaña del tiempo que ayer cumplió su implacable oficio con él, quien seguramente se fue al cielo de los poetas más altos.jpalomar@informador.com.mx