Atmosféricas. El despiadado calor de mayo, como una gasa sofocante, desciende sobre la ciudad trasegada. Pasaje anual que parece al poco tiempo ser olvidado, como un mal trance, cuando asoma su poderosa presencia el tiempo de aguas. Heridas que encuentran luminosa cicatriz, clemencias de los cielos propicios: lecturas posibles de tiempos arduos, de insomnios y escarpadas andaduras. Luego llueve tantito. Las puertas de fierro, recalentadas por el sol de justicia, huelen a algo hace mucho perdido y ahora reencontrado. Noches en el balcón, a la árabe manera, alcanzando apenas los más leves vientos, mirando las estrellas mandando sus señales de vida desde el infinito así abierto a los callados fervores de una atalaya a la que los nísperos constantes guardan.**Como en un pasaje de Joseph Conrad, el corredor se arrima a la verde pradera, que pudiera ser, en la media luz, el manso lago que mece una veranda en tierras remotas, mientras dos voces se van entrelazando con calma, a veces con tranquilos énfasis, con entrañables ecos levantinos que se alejan rumbo al rincón de las aguas de colores. Unas cuantas palabras aladas, una entonación que se sabía enredar en el velamen de las naves fenicias, el rojizo relumbre que se conoce estará presente en la hora postrera. Nada, la vida que pasa mientras resuena la calma prosa de majestad y contenido poderío que el maestro y navegante polaco e inglés dejo escrita y dicha. Vuelve a la memoria la pregunta alguna vez hecha al inolvidable Álvaro Mutis: ¿Maestro, ya leyó toda la obra de Conrad?: “Por supuesto que toda, varias veces. Menos un libro en particular, uno que guardo para mis días últimos, para cuando me esté muriendo.” Otro maestro, éste arquitecto y también amigo de Mutis, hace una recreación, cuando está de vena, al borde de los tequilas, del espléndido relato conradiano (vuelto película de Ridley Scott): El duelo… La dicha, la desdicha, la vida que va.**Sing for absolution, una canción de Muse, aparece en la enigmática ruleta de la rockola. Imposible saber los caminos por los que una particular composición capta de repente un cierto azoro, una frecuencia que llega directa al ánima. Es la entonación del cantor, el registro de una voz atormentada, una música que levanta y acentúa un completo clima mental, la resonancia de otras veces, la exacta condición de esta precisa vez. O el eco de unas guitarras que dicen de otro modo lo mismo. Una versión desbalagada, pero atenta, de Canta por la absolución: Labios que se vuelven azules Un beso que no volverá Y sólo sueño en ti Mi musa Sigiloso en tu cuarto Estrella alumbrando la penumbra Nomás sueño en ti Y nunca lo supiste Canto por la absolución Iré cantando Mientras caigo de tu gracia No queda dónde esconderse Nadie en quien confiar La verdad corre muy hondo Y no habrá de morir Labios que se vuelven azules Un beso que no volverá Y sólo sueño en ti Mi musa Canto por la absolución Iré cantando Mientras caigo de tu gracia Nuestros yerros quedan Y nuestras almas resucitan