Si hay una festividad que nos toca a todos, es la del Día del niño. Ninguno de nosotros nos hemos librado de haber sido niños y ahora, con el paso del tiempo, hasta pagamos cierto impuesto por aquella lejana vivencia. Todo lo que nos hace estar en pie fue ya construido ahí. Todo lo que nos hace trastabillar también está fundamentado desde entonces. Creencias religiosas, gustos deportivos, aficiones literarias, formación musical, hábitos de estudio, formas de relacionarnos con amigos y parejas, fueron sembradas como semillitas que caen en un terreno híper fértil al que hemos de recurrir de vez en cuando en nuestra memoria para recuperarnos. Recuperar la infancia es perder el miedo, es caminar hacia la inocencia y abrazarla, es, creo yo, ser una persona gentil y curiosa. Es verdad que la realidad es que no todos nuestros niños, los niños que nos rodean (no importa el nivel socioeconómico al que uno pertenezca), viven una infancia segura. Pero al referirnos a este término, habría que reflexionar qué es lo que quiere decir. Una infancia segura legalmente tiene ciertas connotaciones; para mí, una infancia segura es poder ofrecer al niño que tenemos cerca, sea hijo o pariente nada más, un hábitat cómodo para que su propia voz pueda florecer cuando llegue la primavera. Los niños no son productos de sus padres, los niños son frágiles y tienen mucho más claro de lo que pensamos lo que quieren hacer. A los niños les gusta jugar, cantar y no tienen miedo de llorar en público. Los niños, cuando caen, buscan la mirada y cercanía de la mano de algún ser amado que les reconforte y acompañe. Los niños saben pedir ayuda, la buscan intuitivamente en la mirada del otro y saben, además, ofrecerla. Nada acongoja más a un niño que ver a ese ser amado padeciendo algo. Los he visto acercarse y ofrecer piojito, hacer una cena especial y las cartas más tiernas que se hayan escrito y dibujado en la historia.Realmente eso de ser niño o de volver a serlo todos los días es una de las aventuras más bellas y enriquecedoras de la vida. Poder generar una infancia segura para los que tenemos a nuestro alrededor, a esos pequeños grandes personajes, es una de las responsabilidades más grandes que podamos adquirir, y andar el camino junto a ellos es dejarlos ser. Poder criar en libertad es una elección que nos dejará humanamente mucho más que criar en dependencia. Poder enseñar a un niño a escuchar y a ser escuchado es una tarea titánica. Hacerle sentir a un niño que puede ser vulnerable a diario debería ser una asignatura obligada. Los adultos de mañana, ya lo dicen hasta los políticos, son los niños de hoy. Poder acompañar a un niño a ser una buena persona es lo más importante. Sembremos pues, y que florezcan en paz estos grandes maestros.argeliagf@informador.com.mx@argelinapanyvina