La incesante batalla por el dominio de la percepción humana se remonta a épocas inmemoriales. Desde las civilizaciones griegas y romanas, se ha librado una contienda por la narrativa, donde la manipulación de los relatos ha sido una herramienta fundamental para aquellos en posiciones de poder. Desde entonces, la difusión de historias ha sido un mecanismo arraigado de gobernabilidad, capaz de forjar sentimientos y concepciones en el tejido social.A lo largo de la historia mundial, figuras de renombre como César, Napoleón y Churchill, así como autócratas como Mao, Stalin o Hitler, han dedicado su ingenio y recursos a la construcción de narrativas que los elevasen a la categoría de héroes en los conflictos que protagonizaron. La efectividad de estos relatos en perdurar a lo largo del tiempo ha sido sorprendente.En el contexto de México, la manipulación de la información ha sido una constante, desde las crónicas de la conquista que exaltaban las gestas españolas, hasta los complejos mecanismos contemporáneos de control mediático. Estos incluyen la monopolización en la distribución de papel, la concesión selectiva de frecuencias de radio y televisión, y la estratégica compra de publicidad para consolidar la imagen de instituciones y personajes con un poder de magnitud insólita.El control tanto del medio como del mensaje ha sido, desde siempre, una tentación irresistible del poder establecido para perpetuar su dominio. Aunque la democracia ha intentado contrarrestar esta tendencia mediante la garantía de libertades como la expresión y la información, estos esfuerzos han sido, en su mayoría, imperfectos a lo largo de los últimos dos siglos de práctica democrática. La propagación de falsedades se ha vuelto común, y grandes segmentos de la población han caído presa de eficaces campañas de propaganda.La llegada de internet ha exacerbado este problema, al permitir la difusión anónima de falacias a precios irrisorios a través de las redes sociales. La construcción o destrucción de la imagen pública de figuras políticas y sociales se lleva a cabo hoy en día mediante mecanismos oscuros que involucran tecnología de punta y acciones de alcance internacional para eludir todo rastreo.Ejemplos recientes, como la intervención rusa en las elecciones estadounidenses que culminaron con la victoria de Trump, ilustran de manera palpable la magnitud del problema. Las estrategias de desinformación no se limitan a la mera manipulación del voto, sino que buscan socavar la confianza en las instituciones, lo cual representa un peligro significativo para la estabilidad democrática.La confianza en la democracia se ha visto socavada por estas tácticas, y la falta de una coordinación global para combatir la desinformación obstaculiza aún más la eficacia de los esfuerzos nacionales.En el contexto actual, con procesos electorales en México, Estados Unidos y otras naciones, la desinformación campea a sus anchas en las redes sociales. La desconfianza se ha extendido a instituciones públicas y empresas, como evidencia el descrédito impulsado con mala intención hacia los tribunales y las empresas encuestadoras.El impacto electoral de estas campañas de desinformación aún está por determinarse, pero es evidente que enfrentar este problema se ha convertido en una tarea cotidiana tanto para los medios de comunicación como para los ciudadanos. La credibilidad se ve cada vez más influenciada por las emociones, en detrimento de la razón.Abordar la desinformación requiere un enfoque reflexivo y crítico por parte de la sociedad, que no se deje arrastrar por impulsos emocionales soportados en falsedades. Es fundamental combatir la infodemia y desenmascarar las mentiras intencionadas que buscan manipular nuestras acciones.luisernestosalomon@gmail.com