Un eje en común conecta estas historias.La de los tres hermanos González Moreno, el menor Eduardo Salomón, el estudiante Miguel Alejandro Soto, plagiado hace una semana por encapuchados en su domicilio de Tlaquepaque y desaparecido hasta ahora, y los tres estudiantes de cine del sexenio pasado.Tres nombres marcaron un antes y un después para los desaparecidos en Guadalajara: Javier Salomón, Marco Francisco y Jesús Daniel, los tres estudiantes de cine torturados, asesinados y disueltos en ácido.Pocos lo recuerdan, pero La Glorieta de los Niños Héroes fue renombrada por colectivos como la Glorieta de Las y Los Desaparecidos el 24 de marzo de 2018, en una marcha masiva para exigir la aparición con vida de los tres estudiantes de cine.La crudeza inexplicable de la historia nos sacudió a todos: ¿cómo era posible que tres estudiantes, que sólo hacían un video para una tarea, hubieran desaparecido? Por primera vez escuchamos “la teoría de la confusión” para explicar la saña homicida contra inocentes.“Los estudiantes no tenían ningún nexo, no tenían nada que ver, simplemente estaban haciendo su tarea en esa finca… Fue una confusión terrible que nos lleva a esta lamentable situación”, declaró entonces Marisela Cobos, Fiscal Central. Esa finca de Tonalá, propiedad de una tía de los jóvenes, era vigilada por un grupo contrario al Cártel Nueva Generación que “confundió” a las víctimas.En mayo de 2021, la historia se repitió con los hermanos González Moreno. Ana Karen, José Alberto (estudiante de la UdeG) y Ángel, fueron plagiados por encapuchados en su casa de San Andrés, en Guadalajara. Días después encontraron sus cuerpos tirados a la orilla de la carretera.Gerardo Octavio Solís, entonces fiscal del Estado, manejó la confusión como hipótesis central: “Existe la posibilidad de que (los criminales) hubieran cometido un error”. El nexo se basó en que las víctimas vivían a una cuadra de la casa de un misterioso personaje que ese mismo día salió ileso de un atentado a balazos mientras era custodiado por agentes de la FGR.Luego cimbró el caso de Eduardo Salomón, un menor de 16 años que cuidaba a sus cuatro hermanitos en su casa de Tlajomulco cuando un comando irrumpió entre disparos para llevárselo. El adolescente alcanzó a pedir auxilio por teléfono a su papá. Hallado días después en una finca cercana, Solís Gómez atajó otra vez con la idea de la confusión: “él no tenía ninguna relación, ninguna actividad delictiva que pudiera ligarlo absolutamente a nada”.Miguel Alejandro, estudiante de la UdeG que cumple hoy nueve días desaparecido. Un comando también lo sacó de su casa. Nada explica su desaparición. A Miguel Alejandro lo sacaron de su domicilio, a 200 metros de un cuartel militar y a 15 minutos de donde se llevaron a Eduardo Salomón. En el clamor y lágrimas de sus padres asoma ese terror sin origen ni razón de quien despierta en una pesadilla. A diferencia de otros casos, el fiscal ni siquiera se ha pronunciado.La Fiscalía recurre a la teoría de la confusión para inocular la idea del “error”. El “desvío excepcional” busca atenuar la gravedad del hecho, difuminar la lógica serial de las desapariciones (no hay homicidio “equivocado” ni “correcto”). La culpa no es del azar sino de los criminales.La excepción se volvió regla: jóvenes inocentes engullidos por el crimen desde la sala de su casa. Esta realidad debe comenzar a cambiar con el regreso, sano y salvo, de Miguel Alejandro.