Sábado, 29 de Marzo 2025

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Declaraciones de crímenes del pasado

Por: Carlos Enrigue

Declaraciones de crímenes del pasado

Declaraciones de crímenes del pasado

Me parece terrible tener que confesar que he robado, si se quiere intento de robo y nada menos que en perjuicio de nuestra Santa Madre Iglesia católica, apostólica y romana, si se puede pedir perdón a distancia y alegar que era un niño y en banda. En San Francisquito había un acólito o sacristán de barro, tamaño natural de un niño, pues un día Francisco, mi hermano, otro niño, que entonces no sabía cómo se llamaba, y yo, decidimos sacar a pasear al acólito, al que se le echaban quintos, veintes y tostones de cobre, que eran pesados y lo sacamos a la calle López Cotilla, que todavía estaba empedrada según recuerdo y obvio se desfondó, y el reguerete de monedas y el escándalo por el robo… Mi papá, que nunca nos pegaba, nos dio una fajacera terrible y más porque él decía que ser ladrón era el peor estigma que podía haber y fueron inútiles las excitativas de perdón, nos fajaceó con ganas. Mi mamá también nos pegó una sola vez, sólo que ella comenzó a hacerlo en 1950 y terminó en 1960.

Años después, un día me fui a confesar al templo y estaba confesando un sacerdote nuevo, y antes de decir mis faltas, él me preguntó “¿ya no te has robado monaguillos?”. Pensé que era de los curas que adivinaban los pecados del penitente. Pero no. Resultó que el niño que nos ayudó al robo se hizo cura.

El domingo anterior les contaba que mi nana Serafina se volvió loca y que, como éramos tan traviesos, decían que nosotros la habíamos vuelto loca. Pero no. Ella no necesitó ayuda, solita le patinaba y se sentía atacada por los “farones”, que después supimos así les decía a los faraones, quienes que le hacían todo género de maldades y el “farón” jefe era el padre Sánchez Vargas.

Mi nana era fiel cristiana, a su modo y decía que se sabía hasta la Mantilla del uno y el Silabario; y comulgaba en todas las misas; gente no buena, buenísima. Cuando salió del manicomio estuvo una temporada en la casa, muy querida por todos nosotros y se fue a Coatlancillo, a donde mis hermanos y yo fuimos a velarla cuando murió.

Profundamente religiosa a su modo, tenía pequeños errores, como afirmar que Dios era mujer, ya que en el credo decía que “se hizo hombre”, lo que ella interpretaba como que necesariamente antes era mujer. También decía que la santísima Virgen sacaba los sábados a los penitentes del purgatorio, pero los sacaba un rato y luego los volvía a internar, con lo que nos imaginábamos a nuestra Madre paseando a su puño de ánimas para que descansaran de la quemazón del purgatorio.

Cuando murió, nos dejó a los nueve hermanos unas monedas de plata. Así que sí, estaba loca, pero era loca mansita y ya sabemos que la locura es como un piano con una nota desafinada: no se nota hasta que tocas esa nota y sabrá Dios cómo andemos en nuestras notas desafinadas.

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