Cabalga la pandemia de hogar en hogar, para frustrarnos de lo que no podemos hacer aún, para ya desear volver a recuperar nuestra cotidiana rutina. Tal vez sí volvamos muy de cerca a la “normalidad”, pero no seremos ya los mismos. Muchos nos hemos tropezado con nuestra propia impotencia y nos hemos decepcionado de lo poco que hemos hecho en la vida. La encrucijada que nos ha planteado este virus y el agitado mundo y país en el que estamos viviendo, nos hacen replantear muchos de nuestros objetivos. El encierro, que muchos han cuidado con peculiar higiene, se ha transformado en una celda en la que nos hemos visto obligados a cuestionar lo que realmente somos y queremos. Un ineludible encuentro consigo mismo y los seres queridos. Resolver el problema fundamental de nuestra salud frente a la muerte. Nos angustie o no, está presente. Esa es la encomiable tarea de una contagiosa enfermedad. Sacudir la mente de los indecisos y ahora sí aprovechar el tiempo en realizar lo que hasta ahora no habías podido hacer, según esto, por tan aclamada justificación, de “es que no tengo tiempo”. Ahora sí lo tenemos. Ya no hay refugio en donde esconderse del espejo en que te miras todas las mañanas. Y no hay fiestas, antros y cines para irte a esconder de ti mismo. Ahora estás ante el patíbulo de ver tu propia desnudez. Entre los que se adaptan a estos desafíos y los que se quedan temblando de miedo y frustración, se acaban decepcionado de la vida, que hasta ahora habían podido edificar. Me quedo con los que se adaptan y deciden retomar el camino de amor a la vida, de luchar por lo que aún tienen, por dejar de lamentarse y arrastrar su ego en lágrimas de pesimismo. Es el momento de sacar a relucir los mejores recursos para seguir un renovado camino, sin querer cambiar la realidad que nos azota, y darle la mejor cara. Es la oportunidad de recrear nuestra manera de vivir, de ir por aquello que siempre hemos querido y comenzar a disfrutar de la vida y de nuestros seres queridos de una manera más plena e inteligente. Entre maromas y justificaciones, le damos vuelta al poder más grande que tenemos: “CONFIAR EN UNO MISMO”. Vivir dependiendo de los demás, de tu dinero, del trabajo, de las fiestas, del entretenimiento y de cuanto apego y adicciones puedes tener, te ha hecho débil, escurridizo y con una vida de ansiedad y frustración. F. Dostoyevski, en los hermanos Karamazov, nos regaló estas atinadas palabras: “Por encima de todo no te mientas a ti mismo. El hombre que se miente y acaba por escuchar su propia mentira, llega a un punto en que ya no podrá distinguir la verdad dentro de sí, o la de su entorno, y por ello pierde todo respeto para consigo mismo y los demás”.No te entregues a la miseria de la vida y te retuerzas en tu mugre decepción, levanta el ánimo y despierta a la verdad en tu corazón y lucha por lo que quieres. Es tu nueva oportunidad.