El costo originalmente presupuestado para los tres debates presidenciales se estableció en veinte millones de pesos, una suma que la enorme mayoría de los mexicanos jamás verá en su vida, pero que al parecer lo vale dada la importancia que tiene este tipo de iniciativas, sobre todo si el debate hubiera sido justamente eso, un debate sobre las propuestas que los candidatos hacen para enfrentar los asuntos más cruciales que afectan hoy día la vida del país.Una primera imagen del evento es la participación de candidatos ricos, rollizos, bien vestidos y gozando de todo tipo de seguridades, hablando de la inseguridad y la pobreza de los demás, es decir, del resto de México.La segunda imagen fue la de candidatos deseosos de desgarrarse con verdadera pasión, pero a duras penas contenidos por el protocolo, lo cual no bastó para que a la primera oportunidad coincidieran todos en atacar a uno de sus colegas, como portavoces de aquellos sectores que ven al atacado como un peligro. Tampoco perdieron ocasión de agredirse entre sí, cuando dejaban respirar al candidato puntero.Esta agresividad más o menos educada pero incisiva y contundente los descalificó a la hora de pronunciarse en contra de la corrupción, pues usar el escenario de un debate de tan alto nivel para seguir promoviendo sus personales candidaturas, no es sino una expresión más de esa misma corrupción que todos dijeron querer eliminar, sin que ninguno respondiera a una cuestión esencial que les fue específicamente planteada: ¿Qué te hace pensar que tu sí vas a poder donde otros no han podido?La tercera imagen fue la de personas que hablan de los problemas del país como si estuvieran exponiendo un tema de clase, vendiendo productos en una frutería que no es suya, o usando sus propios dramas personales como argumento no de las soluciones sino de las postulaciones.Por otra parte, las propuestas planteadas del modo que haya sido más que debatidas fueron atacadas, lo cual habla muy mal de quienes procedieron de esa manera. Queda claro que en todo momento lo que los traicionaba era su afán de ganar la campaña, no su compromiso sincero y honesto con la nación y su grave problemática, son ciertamente apariencias, pero con frecuencia lo que se aparenta es lo que se es.¿Quién ganó el debate? Pregunta equivocada que no pocos periodistas contribuyen a difundir, más bien deberíamos preguntarnos qué propuestas, qué proyectos, qué respuestas fueron las más acertadas, independientemente de quienes las hayan formulado, porque eso es lo que se discute en un debate. Creo que los moderadores hicieron un buen papel si bien en algún momento no lograban controlar a los briosos “debatientes”.Comparado con los debates anteriores y pese a los participantes, este primer debate entre aspirantes a la presidencia superó con creces los anteriores que habíamos visto en otros procesos electorales, en lo que se refiere al formato, a la habilidad de los conductores, a las cuestiones planteadas. También nos ofreció una imagen muy viva y nítida de la calidad ética y política de los candidatos.DR