En la silla periquera estaba sentado un pequeñito de 4 años, me llamó la atención que sus brazos estaban totalmente cubiertos de manchitas redondas blancas; tantas, que las tenía hasta en sus manitas y contrastaban con el tono de su piel morena. Cada manchita blanca era una cicatriz, decenas de cicatrices redondas que eran huella de los cigarros que le apagaron en el cuerpo, cuando era un bebé.Lo conocí en la Casa Hogar Sueños y Esperanzas. Ahí lo enviaron de la Fiscalía de Jalisco después de rescatarlo de la muerte a manos de quienes se supone deberían cuidarlo. Cuando llegó temblaba y lloraba cada que alguien se le acercaba, le tenía miedo a la gente (¡¿cómo no, después del infierno que había vivido?!). Tardó más de un año en sonreír, en jugar y dejarse abrazar… en confiar. Esa tarde que lo vi era su último día en el albergue, estaba a punto de irse con su nueva familia; una nueva oportunidad de crecer rodeado amor: al fin había sido adoptado.Ahí también conocí a una niña que llegó con unos cuantos meses de nacida, la columna destrozada y ciega por las zarandeadas de las que fue víctima en su casa. Hoy tiene 9 años de edad, ya puede caminar y recuperó 10% de la vista. Su vida, como la de cientos de niños, cambió cuando llegó al albergue de Sueños y Esperanzas, que dirige Erika Cid, un lugar seguro, donde son cuidados, alimentados, tratados con respeto y, sobre todo, con amor. Lo he visto cada que tengo oportunidad de visitar el lugar desde hace años.Es a los albergues a donde llegan todos los niños y niñas que son víctimas de violencia; ahí permanecen mientras algún familiar se hace cargo de ellos o son regresados a sus casas. Pocos son entregados en adopción, por lo tardado que son los juicios para la pérdida de patria potestad; dependiendo del criterio de cada juez, pueden pasar hasta 5 años para que se defina su situación jurídica y puedan ser adoptados, pero entonces ya crecieron y ya no los quieren adoptar (porque la mayoría de las personas buscan bebés), dejándolos en los albergues hasta que cumplen la mayoría de edad.Pero, ¿quién mantiene a esos niños en los albergues? Son las propias casas hogar, que sobreviven a base de donativos, de lo que pueden conseguir con las redes de ayuda, con el apoyo de la sociedad. El recurso que reciben del Gobierno es poco o, en muchos de los casos, ni siquiera existe.Sueños y Esperanzas fue construido para recibir a 100 infantes. Hoy tienen 60 pequeños, bebés y menores de 6 años (por día necesitan, al menos 200 pañales). No han podido recibir más pequeños porque falta personal o recursos para contratarlo. Desde que comenzó la pandemia han tenido que rechazar a más de 20 infantes y aún así, Erika Cid recibió dos más. No pudo negarse. Un par de hermanitos, el más pequeño con el brazo roto por la golpiza que recibió.Los hijos son responsabilidad de sus padres, sobre todo de niños, pero ¿cuando ni los padres ni los abuelos y nadie de la familia se hace cargo de ellos? Ahí están los albergues. En esta época de dar (y durante todo el año), más allá de llevar juguetes o dulces, es la oportunidad de ayudar artículos de aseo personal, alimentos no perecederos, pañales, leche en polvo, ropa nueva o en buen estado, zapatos… todo aquello que para nosotros en el día a día podría ser algo a la mano, pero que cientos de niños y niñas no tienen. Albergues como Sueños y Esperanzas o el propio Hogar Cabañas son algunos de los lugares donde seguro serán bien recibidos, porque ahí la necesidad es de todos los días.