De enorme impacto religioso, urbano y social aparece en el horizonte el caso de la saturación de espacios para sepulturas de cuerpos en los panteones particulares y municipales y/o nichos para las cenizas, en caso de incineración en los diferentes “camposantos” y templos del área metropolitana de Guadalajara. El tema cuenta con varias vertientes de análisis, la primera que requiere puntualizarse es la categorización desde los puntos de vista religioso, cultural, económico y social. Veamos, han transcurrido varios años desde que la Iglesia Católica fijó su postura, durante siglos rígida e inamovible, respecto a la aceptación de la incineración de los cuerpos. Finalmente abrió la puerta admitiendo que “aunque la Iglesia prefiere la sepultura de los cuerpos se acepta la cremación pero no se permite esparcir las cenizas”.Dicha postura acarreo la proliferación de “ventas” de gavetas, o nichos, en panteones públicos, pero principalmente privados en los mismos templos para depositar las cenizas, esta medida evitó, en buena medida, el crecimiento de panteones exclusivamente para “enterrar los cuerpos” por cierto, cercanos a las áreas urbanas principalmente de las grandes urbes; panteones que por cierto iban desde tres metros cuadrados hasta mausoleos ostentosos con cúpulas en oro y esculturas talladas -la ostentación insita a nuestra naturaleza humana manifestada hasta después de muerto-.Con el crecimiento poblacional del área metropolitana de Guadalajara se generaron dos fenómenos correspondientes al ámbito inmobiliario estrictamente: la falta de tierra para proyectos de panteones debido al enorme plusvalor ganado y la aceptación de la Iglesia católica para incinerar los cuerpos, aprobación que trajo como consecuencia la venta de “nichos o gavetas” en los propios templos y/o en los panteones, espacios por cierto que reducidos al costo por metro cuadrado sería el más caro de todos y en todo el mundo.Sin embargo, esto no ha resuelto el problema en cuanto a la disponibilidad de espacios en los panteones municipales donde se han venido disminuyendo notoriamente, fenómeno que más temprano que tarde generará un serio problema social, que podrá titularse: ¿Qué hacemos con nuestros muertos?Según un sitio de Internet, inhumar, (enterrar) cuesta $9,800 pesos contra $1,300 a $2,500 pesos cremar (incinerar). Los gastos por inhumaciones o incineraciones en niveles de clase pudiente son del tamaño que corresponda a la importancia del fallecido. Ojo: una esquela puede llegar a costar más que diez incineraciones municipales. Bien lo afirmaba el gran poeta griego Euripides: “a los muertos no les importa como son sus funerales. Las exequias suntuosas sirven para satisfacer la vanidad de los vivos”.Se trató de buscar en Internet, sin éxito, la estadística de fallecidos anuales en el área metropolitana de Guadalajara clasificados por su status económico para comparar con los espacios disponibles, sean urnas sean panteones, dato que informaría la inminencia de una solución, misma que no será nada fácil en lo que respecta a “tierra disponible para este uso”, la lejanía será el primer obstáculo además de que implica inversión en infraestructura. La aprobación en los diferentes cabildos para uso de suelo se convertirá en tenso y prolongado obstáculo.¿Será que el futuro que nos aguarda, lo digo respetuosamente, es que la Iglesia Católica acepte que las cenizas puedan ser esparcidas en lugares escogidos en vida por el propio fallecido y que la ciencia colabore para que la incineración sea a base de sistemas tecnológicos más avanzados? Es pregunta, solo pregunta.