Pocas cosas hay tan intrigantes como la estupidez, entre otras cosas porque, contrario a lo que nos diría la intuición, las grandes estupideces no las cometen idiotas sino personas que consideramos inteligentes, que rebasan los niveles de coeficiente intelectual aceptados como superiores. Cuando hablamos de estupidez no hablamos del estúpido o el idiota, nociones que por cierto han quedado de lado merced a lo políticamente correcto que ha adoptado, en aras de evitar discriminaciones, eufemismos menos agresivos. La estupidez es el resultado de procesos -individuales o colectivos- que buscan encontrar explicaciones definitivas ahí donde sólo existen dudas, que pretenden respuestas únicas y soluciones lineales a problemas que son complejos y multifactoriales.“Todos somos estúpidos ocasionales”, dice Jean Francois Marmion en “El Triunfo de la estupidez” (Planeta, 2020). Y sí, efectivamente, todos tenemos puntos ciegos, sistemas de creencias, intereses particulares o incluso sentimientos de amor, odio, atracción o rechazo que nos hacen propensos a la estupidez. La inteligencia se alimenta de la duda. Es la pregunta, la incertidumbre, el matiz que surge como un chipote en la redondez del absoluto lo que nos hace pensar distinto y construir nuevas hipótesis que a la larga se transforman en nuevas formas de entender el mundo. La estupidez, por el contrario, se alimenta de la certeza, del orgullo idiota de quien cree que sabe más que los demás o que posee una verdad que los demás no tienen. El complot es la forma más acabada de la idiotez.La política es el campo más fértil para la estupidez. En ninguna otra disciplina humana vemos tantas personas con tantas certezas sobre temas tan complejos como en la política. A diferencia de las religiones, que algunos podrían considerar que califican en este campo en tanto se trata de un sistema de creencias cerrado y autorreferente, en la política las creencias son mutantes, se adaptan a la necesidad del momento y ofrecen soluciones inmediatas. Los líderes políticos que tienen éxito en la era de las redes sociales y la polarización son los que ven el mundo en blanco y negro, aquellos para los que la realidad no acepta matices ni hace concesiones, dice con certeza absoluta lo que necesita un país, no duda al juzgar el pasado como el origen de todos los males, aunque él sea, irremediablemente, parte del mismo sistema. Porque ningún político surgió de la nada, todos en algún momento pertenecieron o pertenecerán a un grupo que plantea ideas irreductibles.Mientras leen esto algunos estarán pensando en López Obrador y otros en Frenaaa. Unos evocarán las declaraciones de Juan Sandoval y su tecito de guayaba para combatir el complot de los gobiernos y otros en las fiestas de fin de año de Salinas Pliego y su negación a la realidad. No pocos pensarán en las absurdas declaraciones de López-Gatell y otros tantos en las de Enrique Alfaro. Yo, mientras escribo esto, estoy pensando en todas ellas más las que vendrán en este año de elecciones polarizadas en las que tendremos que elegir entre las estupideces del pasado frente a las del porvenir.Feliz año.diego.petersen@informador.com.mx