La educación tanto escolar como cívica y social constituye una parte fundamental en la creación de la cultura nacional, y su fruto no es otra cosa que la idiosincrasia, es decir, la manera en que nos vemos a nosotros mismos, los criterios con los cuales actuamos, la manera de ser y de hacer, nuestras expectativas, el modo en que realizamos nuestro trabajo, los estímulos que nos damos o de los que carecemos a la hora de sostener la constancia, las actitudes en el momento de enfrentar retos o exigencias, el modo en que miramos las fallas, los fracasos o los logros.El actual gobierno federal ha divulgado desde sus inicios un “logo” o símbolo constituido por un grupo de cinco personajes históricos, logo que contribuye sin duda a fortalecer una cultura cívico social, pero no de manera madura, integral y objetiva, sino más bien como una cultura que debe centrar su atención en los “comienzos”, como si lo importante fuera iniciar, no concluir, luchar, no triunfar, buscar, no hallar, trabajar, no tener éxito; por lo mismo nos presenta como líderes y ejemplo a seguir a una serie de personajes previamente seleccionados por el equipo que asesora al gobierno, y que eligió solamente a los sujetos que tuvieron buenas iniciativas, pero no a los que finalmente las coronaron, transmitiendo a la población el falso mensaje de que somos muy buenos para comenzar, pero, o muy malos para concluir, o incapaces de reconocer a quienes efectivamente logran las metas anheladas.En esa breve lista de comienzos fracasados que encabeza Hidalgo y concluye Cárdenas, pudieron haber puesto también a Cuauhtémoc, ya que tiene el mismo perfil, y con el dato adicional de que su esfuerzo y sacrificio no habría generado ni el más mínimo beneficio, si nos atenemos al tipo de análisis que los historiadores ideologizados han hecho desde el siglo XIX.El peso de los prejuicios ideológicos que aún pervive, pese a la cuarta transformación, impidió a los fautores de dicho “logo”, incluir a los igualmente grandes personajes que llevaron a cumplimiento y feliz término los procesos que otros iniciaron, así Agustín de Iturbide, Porfirio Díaz, y Manuel Ávila Camacho, sin los cuales Hidalgo, Juárez o Madero habrían sido sólo y exclusivamente personajes perfectamente fracasados, cuya lucha no habría arrojado ningún resultado.Una cultura de sólo comienzos constituye una historia a medias, un deliberado afán de mantener a la sociedad en una auto comprensión paralizante, pues a fin de cuentas, cuando la gente acaba por pensar que de nada sirve esforzarse en un proyecto porque al final no se logra nada, acaba por hundirse más en la enajenación en la que ya se encuentra.La cultura de los comienzos acaba siendo, además, desleal con nuestro propio pasado, ingrata con el esfuerzo igualmente heroico de quienes llevaron a buen término las iniciativas valiosas, y que son justamente los mejores ejemplos, los testigos de que sí podemos alcanzar el triunfo, de que no hemos sido idealistas fracasados una y otra vez. La cultura de los comienzos combina muy bien con el fatalismo de muchos, pero contrasta terriblemente con la genuina historia del país.armando.gon@univa.mx