Junto a los agobiantes males de la pandemia, hay algunos temas preocupantes en nuestra ciudad: la calidad del agua que consumimos, las deficiencias endémicas del transporte concesionado, el crecimiento del ambulantaje, el interminable descubrimiento de fosas clandestinas, la continua desaparición o secuestro de personas, el abuso y la violencia ejercidos contra las mujeres, algunos mercados de los que se ha apropiado la delincuencia (es de conocimiento general que el tercer piso de San Juan de Dios es espacio para todo tipo de tráfico), la ausencia de vigilancia en nuestras calles y ¿qué decir del tema de la salud?-¿de qué sirve una receta sin el medicamento? Es como un billete sin valor-. Le podríamos seguir, no es el caso.Debe quedar claro: los problemas son de todos y es obligación de la población hacer la parte que nos corresponde para solucionarlos, como lo es que las autoridades administren con transparencia el dinero proveniente de los impuestos y de otras fuentes del financiamiento público, así como crear las condiciones para que vivamos en armonía. Es también nuestro deber señalar todo aquello que funciona deficientemente: los ciudadanos no podemos observar con indiferencia la degradación de nuestra ciudad y sus efectos en la calidad de vida de los tapatíos; después de todo, esta es nuestra casa y los gobiernos son transitorios.En el tema del vital líquido (que, según nos enseñaron, debe ser inodoro, incoloro e insaboro), las autoridades responsables, al ser cuestionadas al respecto, expresaron primero: “Debido a la pandemia, se omitió el mantenimiento de las redes de agua potable de la ciudad” (sic), luego abundaron, “El problema es la obsolescencia de las redes de distribución.” Salidas de pata de banco, entre tanto, agua turbia y, de a ojos vista, de insuficiente calidad, sigue llegando a nuestros hogares. Ahora, nos enteramos de que se contrató un crédito para la reposición de las tuberías que se fue por el caño de la burocracia. La falta de transparencia es preocupante.Con relación al transporte concesionado, parece el cuento de nunca acabar: el abuso hacia los usuarios, la vejación contra las mujeres, la explotación de los choferes, vehículos y calles que corresponden a un sistema de movilidad no solo injusto, sino anacrónico. Por su parte, la incorporación de modelos urbanísticos deseables, pero ajenos a nuestra cultura, ha generado conflictos entre los ciudadanos: los carriles para ciclistas se han vuelto trampas mortales para ellos mismos, así como para viandantes, motociclistas, automovilistas y choferes. Es evidente la insuficiencia de información y de programas de educación vial. De la seguridad, lo menos que se puede decir es que sigue siendo el tema pendiente de mayor importancia.Es inaceptable que nuestro espacio vital siga deteriorado. Los gobernantes parecen más preocupados por los temas electorales que por atender con diligencia su responsabilidad actual. Quienes aquí habitamos no podemos ser omisos de nuestras obligaciones colectivas: no solo es pagar impuestos; la colaboración y la solidaridad deben seguir siendo máximas en nuestra convivencia. “De poco sirve que Dios guarde la ciudad si los ciudadanos no la cuidan”.