López Obrador está viviendo su peor momento desde que arrancó su Gobierno. Se juntaron las pifias y las malas noticias que cayeron en cascada, una tras otra sin dar respiro en 15 días. Las encuestas comienzan a reflejarlo: en el tracking poll de Roy Campos en El Economista el presidente cayó tres puntos en dos semanas, sigue altísimo, en 60 por ciento, pero es el periodo más prolongado de caída desde que tomó posesión hace 11 meses. En la encuesta de El Financiero la popularidad le mantiene en 67 por ciento, pero otra pregunta, formulada en términos beisboleros, refleja la opinión sobre las decisiones que toma el presidente traducido a porcentaje de bateo: va a la baja, rompió ya la barrera de la media tabla y se ubicó en 48 por ciento. Es el desgaste natural de un año de decisiones difíciles, de apuestas altas, de cambio de modelo, pero también de obsesiones personales y pifias de un gabinete que no funciona como tal y que acusa ya la falta de oficio de alguno de sus miembros.El Culiacanazo dejó claro que la estrategia de seguridad merece una revisión de fondo. La decisión es sin duda complicada. Por un lado, hay una gran apuesta, que es la Guardia Nacional, que hay que dejarla madurar, pero demasiadas zonas oscuras e inexperiencias que no se resuelven solo con discurso. Por el otro, la confirmación del estancamiento de la economía derivado de una serie de decisiones del propio presidente que han detenido el ejercicio del gasto público y ahuyentado la inversión privada. Para que las cosas cambien no podemos seguir haciendo lo mismo, pero como sucede en todo proceso de transformación ante la falta de resultados la tentación y la presión será siempre regresar al lugar de confort, a hacer lo que creemos que sabemos hacer y no intentar algo distinto. El Gobierno de López Obrador está en el punto de quiebre en el que hay quienes señalan que es el momento de rectificar, de reconocer que los resultados no se están dando, y quienes, encabezados por el presidente, sabemos que es tenaz hasta la terquedad, que creen que es el momento de apretar y dar una nueva vuelta de tuerca al cambio. Es momento del jugador que tiene que decidir si tomar pérdidas o doblar la apuesta.Es en este contexto que hay que leer el mensaje del presidente sobre el golpe de Estado. Lo que está haciendo López Obrador es construir un enemigo imaginario, para obligar a sus seguidores, pero sobre todo a sus colaboradores, a cerrar filas. Frente a un enemigo y un peligro mayor, las discusiones internas pierden sentido. Si realmente existiera una amenaza de golpe lo último que haces es decirlo, pero si se crea la sensación de un gobierno amenazado, la lealtad opaca a la crítica.Cuando todo falla… construye un enemigo. Es perverso, sí, pero funciona.PD. El viernes pasado sostuve una larga conversación con Salvador Cosío y Alejandro Cárdenas en torno al tema de las Villas Panamericanas. Ambos sostienen que jamás pidieron dinero a cambio de la solución legal del conflicto y que, por el contrario, se usó ese argumento para montar una averiguación previa en su contra, de la cual de desistió el promovente por falta de pruebas. En aras de un trato justo y el derecho que les asiste, me parece importante dar a conocer su postura.(diego.petersen@informador.com.mx)